domingo, 20 de septiembre de 2020

Matxin no puede matar algo que ya está muerto


Del ciclismo sólo quedan las ruinas. Veinte años de mentiras, trampas y sucesos paranormales amparados por la UCI y por periodistas lascivos, ávidos de saquear algo del cadáver (normalmente en forma de libros de anécdotas e historietas). El dopaje existió siempre, pero nunca, nunca jamás, se extiende de forma mafiosa, con el silencio de los medios, como hoy en día. Nunca han existido tantas posibilidades de luchar contra el dopaje y nunca se ha hecho tan poco. Les da igual. Unos pocos viven de ganar millones engañando a empresas que meten su dinero de patrocinio en un deporte muerto, y la mayoría de ese salario se destina a doctores milagro como Michele Ferrari para que les haga una preparación a medida. La mayoría de ciclistas viven en Mónaco o en Andorra, donde no existe una agencia antidopaje, y se concentran en el Teide, donde cualquier prueba antidopaje sería invalidada por la altura y el transporte. A los medios afines, sobornados y corruptos, les dicen que van a esos lugares por la combinación de comodidades y lugares de altura donde entrenar. Es todo mentira.

Y lo peor no es que sea mentira, es que de ser verdad, está tan mal contado el relato que parece mentira igual. Es decir, que el ciclismo ni se preocupa por parecer verdadero. Es un producto falso e indigno. Y cuanto más importante es la prueba, peor. El mejor ejemplo se ha visto en el Tour de 2020, la peor edición de la historia en dura pugna con el de 2016. La mayoría de las etapas han sido una lastimosa pantomima donde se han visto rendimientos imposibles de ciclistas improbables, sospechas de bicis motorizadas, enfermedades súbitas que casi acaban con la vida de algún ciclista y resurrecciones sorprendentes en la tercera semana de ciclistas que ni se sabía que estaban en carrera. Todo tiene una justificación, bajo tópicos tan nauseabundos como "qué duro es este deporte", "este corredor tiene margen de mejora", "hay ciclistas diesel que mejoran en la tercera semana"... Comentarios que podrían grabarse y reproducirse sin fin en cada nueva edición. Algunos son capaces de tragarse cualquier cosa. La mayoría de aficionados al ciclismo. Pero algunos al menos lo vemos con la sospecha necesaria, y otros lo venden como una gloria permanente, como si tuviesen que justificar su amor por un deporte que no necesita de toda esta basura para validarse.

A pesar de todo esto, lo peor estaba a punto de llegar. En la penúltima etapa, contrarreloj a La Planche des Belles Filles (puerto tan asociado al dopaje como Cerler o Hautacam), se vio el bochorno de los bochornos, una de esas cosas que se ve muy de cuando en cuando. Al nivel de Landis en el Tour de 2006 o de Froome en el Giro de 2018, de esas cosas que nada más verlas se te viene la palabra dopaje a la boca. Y eso es lo que fue lo de Tadej Pogacar en esa ascensión irreal, igualando registros del Alberto Contador pre-solomillo, en el último día de la carrera. La bestialidad de Pogacar es tal que quitó casi un segundo por kilómetro al segundo clasificado, Tom Dumoulin, que se fue a 1:21, mientras que el líder de la carrera, Primoz Roglic, se dejó 1:56. La mayoría se han centrado en el bajo rendimiento de Roglic para explicar la pérdida del liderato. Hace dos años, el esloveno también perdió un podio que tenía al alcance en el Tour en la contrarreloj final. Aún aceptando que Roglic no tuvo su mejor día, lo de Pogacar es de extraterrestre. De dopado.

Y frente a esta evidencia, siempre hay los nostálgicos, los vendehumos que tratan de justificarlo. Diciendo que es un chico joven, que nada tiene que ver con el ciclismo anterior, que arrasa desde juveniles... la misma cantinela de siempre, como lo de Contador y Valverde. Y siempre, siempre, siempre pasa lo mismo. Y siempre hay miles de fanáticos diciendo que esta vez hay que creer. Por una vez podríamos decir que no, que nos plantamos y que ya está bien de aguantar esta basura. Y a Pogacar no hay quién se lo crea. No sólo por él, que no dudo que sea un ciclista competente y prometedor. Pero siempre que llega a meta, la persona que está esperando para abrazarle es Joxean Fernández, Matxin, uno de los mayores dopadores de la historia de este deporte. Nada que haya tocado Matxin se ha librado del dopaje. Algún ser nauseabundo de esos que pululan por las redes y que se creen este nuevo atentado al ciclismo, te dirán que Matxin tuvo la "mala suerte" de tener a ciclistas malos a su cargo, que cayeron en las redes del dopaje y que él no es más que una víctima.

Matxin comenzó como director deportivo en el equipo de promesas del Mapei (actual Quick Step) a principios de este siglo. Era un equipo con varios corredores que en los años siguientes se harían un nombre como figuras del ciclismo: Fabian Cancellara, Filippo Pozzato, Allan Davis o Michael Rogers. Todos ellos acabaron vinculados con Michele Ferrari, o en su defecto, con Eufemiano Fuentes. Pero más allá de esas "vinculaciones" o hechos que no se pueden probar, destaca por encima de todos un corredor: Patrick Sinkewitz, la joven estrella alemana, llamado a convertirse en el nuevo campeón alemán tras el juguete roto de Ulrich y que tras hacer un par de carreras prometedoras acabó teniendo el dudoso honor de ser el primer corredor sancionado por doparse con hormona del crecimiento. Fue en 2011, después de haber sido sancionado ya anteriormente por dopaje con testosterona. El problema del dopaje no es solo la trampa y el daño que hace al deporte, sino que convierte a los ciclistas en drogadictos, en dependientes de sustancias que mejoran su rendimiento deportivo.

Para cuando estos "jóvenes talentos" ya empezaban a ganar en profesionales, Matxin ya había volado a su nuevo destino, el Vini Caldirola, un equipo italiano de segunda categoría para el que reclutó a Stefano Garzelli ya en decadencia, a alguna momia como Bortolami, a Romans Vainstein al borde de la jubilación (alguien capaz de disputarle a Astarloa el haber sido el campeón del mundo más inverosímil de la historia) y a un joven David de la Fuente, que a partir de entonces acompañaría a nuestro protagonista a lo largo de toda su trayectoria, hasta acabar en un equipo turco de serie Z.

Matxin siempre tuvo una relación de amor/odio con los italianos, y tras una temporada extraña consigue formar su propio equipo gracias a una incauta compañía fabricante de calderas llamada Saunier Duval, asociada desde ese triste encuentro al dopaje tanto como los Borbones a la hemofilia. En aquel dream team de la mejora del rendimiento deportivo gracias a elementos exógenos se dieron cita ciclistas rebotados de la ONCE de Manolo Saiz, como Beloki y Cañada, además de auténticos toxicómanos de sobra conocidos como Juanjo Cobo, Tino Zaballa, Miguel Ángel Martín Perdiguero, Chris Horner y Leonardo Piepoli, uno de los más célebres, tanto dentro como fuera de la carretera. Con los años se fueron sumando otros nombres "intachables" como Gómez Marchante, Koldo Gil, David Millar, Riccardo Ricco, Christophe Rinero o Iban Mayo, todos ellos vinculados íntimamente con el dopaje. Otra de las tácticas habituales de Matxin es fichar a veteranos para que enseñen el oficio (de doparse) a ciclistas muy muy jóvenes. De ahí que diera sus últimas oportunidades a dinosaurios como Andrea Tafi, Iñigo Cuesta, Ángel Edo o Gilberto Simoni para acompañar en sus primeros pasos como ciclistas a Arkaitz Durán (el primer ciclista en pasar de junior a profesional sin pasar por amateur, a lo Evenepoel), Raúl Alarcón (¡sí, debutó con Matxin) o Geraint Thomas, otro inverosímil vencedor del Tour tras su transformación de clasicómano a ganador en Alpe d'Huez.

Tras tres años de resultados imposibles, de corredores que en una carrera se arrastraban y en la siguiente volaban, y sobreviviendo milagrosamente a la Operación Puerto, llegamos al año 2008, temporada importante en la trayectoria de este dopante impenitente que es Matxin. A principios de aquel año, el Tour impidió a Astana tomar parte en la salida de la carrera, por lo que el equipo tuvo que cambiar su temporada a marchas forzadas y así su mayor estrella, Alberto Contador, corrió y ganó el Giro de Italia, viniendo de la playa. La "playa de Madrid", en feliz acepción del dopado Riccò, que bien sabía que esos rendimientos súbitos no se preparaban en una playa, o al menos no en las playas que todos conocemos. Riccardo Riccò quedó segundo en un Giro alucinante en el que un marciano de un equipo de dopados italianos llamado Emmanuele Sella ganó tres etapas dando las mayores exhibiciones en montaña que se han visto nunca. Al poco, Sella dio positivo por una nueva sustancia llamada CERA, un derivado de la EPO hasta entonces indetectable. Esto debería haber frenado las aspiraciones de Matxin, pero quizás picado (ejem) por haber perdido el Giro contra Contador, decidió ir al Tour con todo, a hacer historia. Y vaya si la hizo.

En la novena etapa, Riccò, un buen escalador con un punch final importante, sorprende a todos los favoritos con un ataque sideral, a lo Pantani, que nadie puede seguir. La exhibición es tal que el pequeño italiano se convierte en el gran favorito. En una carrera sin el Astana, en los años de plomo del ciclismo, algunos propagandistas ven en Riccò una oportunidad de vender este deporte miserable, entre ellos el comentarista de TVE Carlos de Andrés, que habla de Pantani resucitado entre exclamaciones y sudores. Al día siguiente, son Piepoli y Cobo quienes dan la campanada con una exhibición a dos en Hautacam, la montaña del dopaje que vio las exhibiciones más exageradas de Indurain, Riis o Armstrong. Sin oposición y con Riccò secando los ataques de los favoritos, sacan una minutada a todos los aspirantes y colocan a Saunier Duval como el equipo dominador de la carrera. Los seis primeros corredores en llegar a meta aquel día (Piepoli, Cobo, Frank Schleck, Kohl, Efimkin y Riccò) acabaron siendo sancionados por dopaje. Hautacam sólo ha vuelto a subirse una vez en los últimos doce años.

Pero la sorpresa salta un par de días después. En los controles realizados se descubre que Riccò da positivo por CERA y es inmediatamente expulsado de la carrera. Haciéndose el indignado, Matxin decide retirar a todo el equipo, haciendo rápidamente las maletas antes de que la policía francesa pueda hacer una redada y acabar con sus huesos en el calabozo. Durante el Tour, el fabricante de calderas anuncia que deja el patrocinio. Demasiado tarde, quedará asociado toda la vida al dopaje, como Kelme, Liberty Seguros o la ONCE. Un par de días después se conoce el positivo de Leonardo Piepoli por la misma sustancia en un control realizado tras su triunfo en Hautacam. La victoria pasa a Juanjo Cobo, al que no habían realizado la prueba antidopaje. Pese a todo esto, Matxin consigue vender su banda farmacéutica a la empresa de bicicletas Scott y el equipo sigue adelante, para tener diferentes nombres en los años siguientes (Fuji, Footon, Sevetto), en los que Matxin sigue el mismo modelo de siempre, combinar momias del dopaje (Nardello, Jofre) con jóvenes talentos (Kiserlovski, Intxausti, Felline, Brandle), además de los de siempre, los Cobo, De la Fuente, Durán, Cañada y demás. Son años en la sombra, con el equipo malviviendo y ganando pocas carreras y de poca entidad. Había que esperar a que pasase el escándalo, que el foco se derivase a otra parte.

Habría que esperar hasta 2011, cuando este Nosferatu del ciclismo monta un equipo de medio pelo en la segunda categoría Pro Continental, pero consiguiendo atraer a dos estrellas en decadencia como Sastre y Menchov (rivales acérrimos en muchos Tour), manteniendo así el bloque de habituales con Cheula, Cobo, De la Fuente, Durán, Valls, que lo acompañaron prácticamente en toda su vida deportiva, además de algunos dopados de renombre como David Blanco o Fabio Parra, porque con Matxin nada puede parecer medianamente limpio. Siempre tiene que ser sucio e infecto, de arriba a abajo. El equipo se desempeña algo mejor que años anteriores, con la etiqueta de equipo batallador que siempre acompañó a otras escuadras famosas por su dopaje, como el Kelme, el Xacobeo o el Euskaltel, y gracias a eso consigue una invitación para la Vuelta a España, que no había escarmentado lo suficiente con lo de Ezequiel Mosquera el año anterior. Así que Matxin se presenta en la Vuelta con un equipo dispuesto a dar color a las escapadas y con un Menchov para rascar una buena posición en la general. Pero claro, en Matxin todo es bochornoso y va, y aparece un Juanjo Cobo estelar y gana la carrera dando una exhibición, imponiéndose a otro monstruito de laboratorio, surgido de la nada gracias a una enfermedad fake, llamado Chris Froome. El británico acabaría convertido en uno de los mejores vueltómanos de la historia y Cobo en alguien con serios problemas con el alcohol y las drogas, acabando su carrera en un equipo turco que lo despide por bajo rendimiento. Diez años después, a Cobo le quitarían el título por un dopaje que todo el mundo sabía, pero nadie con voz en el mundo ciclista denunció. La noticia de la pérdida del título se dio con normalidad funcionarial, como si no fuese extraño que el campeón de una de las grandes carreras fuese desposeído de su título. Ningún periodista consiguió declaraciones de Cobo al respecto. Seguramente ni lo intentaron.


Pese a este éxito que nadie con un poco de conocimiento se creyó, Matxin no consiguió mantener al equipo. Cobo consiguió engañar al Movistar por un contrato, otros de sus pretorianos acabaron en Portugal, Menchov hizo buena la cuota racial en Katusha y Sastre se retiró. Matxin no volvería al ciclismo hasta 2013, cuando Giuseppe Saronni lo contrata a la desesperada para salvar a un Lampre decadente. Era un equipo con jóvenes prometedores como Conti, Bonifazio, Wackermann o Polanc, a los que Matxin rodea de algunos veteranos dopados, viejos conocidos suyos, como Pozzato o Horner. Sí, la gran idea de Matxin fue traer a la vieja momia de 43 años que venía de ganar una Vuelta a España aún más robada que la de su pupilo Cobo. Matxin acaba a palos con Saronni y se va al Quick Step de Lefevere como scouting de promesas, en unos años donde el equipo de desarrollo, el Klein Constantia, funciona muy bien. De ahí salen Iván García Cortina, Max Schachmann, Enric Mas, Remi Cavagna o Jhonatan Narváez, todos ellos actualmente en equipos World Tour y con victorias profesionales.

Pero viejos amores nunca mueren y el veterano Saronni, emprendiendo una nueva aventura empresarial en los Emiratos Árabes, y tras unos años donde su equipo es sinónimo de fracaso, temiendo perder el apoyo de los petrodólares, llama de nuevo a su "odiado" Matxin. Y este acude a la llamada para transformar a un equipo que es como un Frankenstein que ficha a corredores a golpe de talonario sin brújula alguna. El UAE, como se llama el invento, es conocido porque todas sus estrellas bajan el rendimiento anterior que habían tenido en otros equipos: Kristoff, Gaviria, Dan Martin o Fabio Aru no conseguirán alcanzar el nivel anterior, pese a algunas victorias importantes. Pero Matxin empieza a planificar, y va fichando a jóvenes promesas, en edades muy tempranas. Así caen Pogacar, Philipsen, Ivo Oliveira, Ardila, Bjerg, McNulty... combinándolos sabiamente a la manera Matxin con algún veterano sabio en las viejas artes ciclistas como Marcato o Richeze, además del colombiano de hematocrito saltarín Sergio Henao, alguien hipotecado para el ciclismo profesional y que justo va a encontrar su sitio junto a este "genio" de la planificación deportiva.

Y así es como nueve años después de lo de Cobo, un año después de que le quitaran la gloria, casi como venganza, Matxin vuelve a escupir sobre el ciclismo. No es un joven prometedor llamado Tadej Pogacar el que ha ganado. Es un pupilo del tramposo Matxin quien lo ha hecho. No hay lugar a equivocos. No hay lugar para personajes como este, hasta arriba de casos de dopaje. Desde hace años, cualquier contacto que un ciclista tenga con Michele Ferrari es considerado como dopaje. Es una vergüenza que no hagan lo mismo con Matxin. Toda su vida deportiva está atravesada por el dopaje. Creer en la inocencia de Matxin es como meter dinero en el próximo timo piramidal de la familia Ruiz Mateos, como confiar en una empresa de Mario Conde. Ningún ciclista bajo su mando es inocente. Todos tienen que saber quién es. Si Pogacar quiere ser un campeón, tiene que hacerlo alejado de ese director deportivo. Cualquier triunfo que consiga con Matxin debe ser considerado automáticamente por todos los aficionados como dopaje.

martes, 9 de abril de 2019

Alberto Bettiol devuelve el ciclismo a 1994

El maillot de Education First parece una caja de condones


Yo tenía ocho años durante la temporada ciclista de 1994. Fue un año de muchos cambios en este deporte, más de los que imaginábamos en aquel momento. O de los que un niño podía pensar. Fue el último año que la Vuelta a España se celebró en primavera, lo que hizo que cambiase de forma bastante dramática el calendario ciclista. Al comienzo del año, Antonio Martín, la joya de la corona del ciclismo español, salía a entrenar para no volver, asesinado por un camión. Un suceso trágico que no se me fue jamás de la cabeza. Lo que marcó la temporada fue el Giro de Italia, aquel donde todos los niños que nos habíamos aficionado al ciclismo gracias a Miguel Indurain le vimos doblar la rodilla en una carrera que con el paso de los años adquirió tintes de legendaria, pese a la pésima realización de Telecinco, de la que sólo cabe recordar el leitmotiv musical de Chronologie de Jean-Michel Jarre.

Indurain luchó aquel Giro como pocas veces le vimos disputar, pero aún así perdió, contra dos de las peores lacras que dio el ciclismo. Un corredor y un equipo, e hizo temblar la leyenda de aquel ídolo navarro que ganaba como se ganaba en los sueños, con un comportamiento que enseñaba más que cualquier clase de religión o ética. Indurain era como el rey Salomón, implacable, pero justo; benévolo, pero recto. Al Tour nos acercamos con nerviosismo, como imaginando que aparecerían otros ciclistas que romperían con el mito del gran héroe español. Pero el ciclista de Banesto resolvió la carrera de forma rotunda en tan sólo dos etapas: la contrarreloj de Bergerac donde masacró al resto de corredores y, dos días después, en la cima de Hautacam, la montaña del dopaje, donde hizo la que posiblemente fue su mayor exhibición en la montaña. Un monólogo de muchos kilómetros, eliminando rivales según avanzaba la subida, sólo interrumpido por la victoria final del único que aguantó su rueda, el francés Luc Leblanc. Hautacam ha sido escenario de las escenas más vergonzosas del ciclismo. Dos años después, un danés con el hematocrito disparado humilló al resto de corredores para llevarse fraudulentamente el Tour, y en 2008, dos corredores dopados hasta arriba de CERA y del mismo equipo entraban de la mano, dos días antes de que ellos, con el resto de su equipo, huyesen de Francia escapando de las autoridades. El día de Indurain no fue muy diferente, aunque la memoria de la infancia siempre ennoblece estas cosas, y la categoría del campeón navarro, pese a todas sus sombras, está muy por encima de la de Bjarne Riis o la de Leonardo Piepoli. El Tour del 94, que hasta aquel momento estaba siendo muy divertido, con la siempre atractiva excursión inglesa, el viaje por el eurotúnel y un nuevo líder casi cada día, quedó visto para sentencia, con Indurain mirando cual rey Salomón cómo se repartían el resto de plazas del podio, e incluso del top 5.

Segundo de aquel Tour fue Piotr Ugrumov, ciclista de 33 años de trayectoria lagunar, antiguo campeón del Tour del Porvenir cuando los soviéticos venían con toda la artillería, capaz de lo mejor y de lo peor. Afincado en Italia, fue conejillo de Indias de una serie de médicos milagro que vinieron a aplicar sus nuevas formas de entrenamiento y cuidados  al ciclismo, lo que tiempo después unos llamaron marginal gains y otros solomillo de Irún. Ugrumov corría en el equipo Gewiss, que nos sonaba porque era el equipo para el que corría Evgeni Berzin, ganador del Giro y verdugo de Indurain, así que ver a nuestro ídolo dejando a otro de ese equipo a más de cinco minutos y casi regalándole el segundo puesto, fue como una especie de venganza. Tras un Tour discreto rozando el top 10, el letón fue el mejor de las últimas tres etapas (ganó dos y quedó segundo en otra) para remontar ¡nueve! minutos a todos los favoritos y hacerse con la segunda plaza.

Ugrumov corría, como digo, en el Gewiss. El equipo italiano donde los líderes eran rusos y letones. Los italianos siempre fueron expertos en traerse esos “talentos” tras la disolución de la URSS. Así acabaron por el pelotón azzurro los Tchmil, Konishev, Poulnikov... lo que quizás fue una contraprestación por los servicios prestados, ya que durante los años 80 era costumbre que las federaciones deportivas de los países occidentales mandasen a sus médicos de cabecera becados a los países del Este para que aprendiesen nuevas formas de mejora del rendimiento deportivo. Eso fue el espíritu olímpico de los 90, que los italianos llevaron a la práctica en Albertville y Lillehammer, y España en Barcelona. El médico de aquel equipo era Michele Ferrari y convirtió a una serie de talentos, ciclistas con proyección, estrellas en decadencia y zopencos sobre dos ruedas en auténticos campeones que dominaron el año ciclista de cabo a rabo, aunque para un niño español en 1994 todo eso no fuera muy evidente en aquel año, aunque sí recuerdo aquellas imágenes realmente sorprendentes de una carrera belga donde tres ciclistas del mismo equipo, aquel Gewiss, volaban en solitario, con la mirada robótica en el horizonte, inalcanzables para el resto del pelotón. Era la Flecha Valona, en una de las pocas ediciones donde no se decidió en la subida final al muro de Huy, sino aquella misma mañana en el autobús del equipo, o la noche anterior en la nevera portátil de Michele Ferrari. Cuenta la leyenda, esto es, David Walsh, que Lance Armstrong participó en aquella carrera y fue uno de los muchos humillados por la Gewiss. Aquel día salió completamente derrotado, pero entendió todo lo que tenía que hacer para triunfar en el ciclismo.

La Gewiss no sólo ganó uno de los Giros más terribles. No sólo alcanzó el podio del Tour de Francia tras remontar nueve minutos en tres etapas. No sólo copó el podio de una clásica belga, tras rodar tres compañeros juntos los últimos 70 kilómetros de carrera. Aquel año ganaron también la Milán-Sanremo, la Tirreno-Adriático, la Lieja-Bastoña-Lieja y el Giro de Lombardía. Furlan, vencedor de la primera, consiguió siete victorias individuales en poco más de un mes, para un total de más de treinta de un equipo. Furlan sólo consiguió tres victorias más en toda su vida (tras conseguir siete en un mes, insisto), dos en Suiza (ya sabemos cómo trata este país a los criminales) y la última, atención, redoble de tambores, en Lugo, en el marco de una mítica Volta a Galicia ganada ni más ni menos que por Miguel Indurain. La carrera pasó delante de mi casa y recuerdo la felicidad que sentí al ver tan cerca a mi gran ídolo. Furlan ganó su última carrera en 1995 en una oscura y pobre ciudad gallega, mientras su lugar como velocista tirano del equipo era ocupado por Minali, otro monstruito de Ferrari que se hinchó a ganar carreras en aquel año, donde la fórmula ganadora de la Gewiss empezaba a ser la comidilla de los corrillos ciclistas.

Furlan no era un ciclista desconocido, era un sprinter con muchas victorias, pero que con su paso por las manos del doctor Michele Ferrari se convirtió en una máquina de victorias, al menos durante un breve espacio de tiempo. La luz que brilla con el doble de intensidad dura la mitad de tiempo, dicen en Blade Runner. Y muchas historias del ciclismo terminan así, cuando un corredor hace cosas completamente imposibles, victorias fuera de su alcance y con una continuidad sencillamente imposible para un ser humano, para al poco tiempo andar mendigando puestos de honor en carreras de serie Z o directamente cerrar pelotones, donde algunos se mantienen como mentores o como camellos. O como las dos cosas, que en el ciclismo de los últimos años viene siendo casi lo mismo.

Toda esta historia, además de como exorcización personal y batallitas ciclistas que nos gustan tanto como las odiamos, sirven para poner en contexto lo que sucedió este pasado domingo en la provincia de Flandes, donde un italiano venido de la nada se convirtió en gran campeón para arrasar en una de las carreras más apreciadas de cada temporada, el Tour de Flandes. Una de esas carreras que antes de la dictadura del dopaje sólo parecía al alcance de los grandes campeones. El dopaje siempre ha sido parte del ciclismo, desde sus mismos inicios, pero sólo en estos tiempos parece juez y parte de todas las carreras, porque todo lo que sucede es absolutamente inverosímil.

Haciendo un poco más de historia, recuerdo el Tour de Flandes de 2011. Aquella edición se recuerda por muchas cosas. Por el ataque de Fabian Cancellara a 40 de meta y su posterior pájara. Por la victoria sorprendente de Nick Nuyens. Pero yo recuerdo también el brutal ataque de Philippe Gilbert en el Bosberg que dejó al resto de corredores completamente secos. Gilbert corona sólo el Bosberg, a diez de meta, y parece que puede ganar. El belga siempre había sido un corredor de atacar mucho y ganar poco, aunque en aquel 2011 todo iba a cambiar unas semanas después. Un corredor que gustaba a todo el mundo. Con una ventaja de bastantes segundos, Gilbert estaba cerca de meta con una pequeña distancia, pero con la posibilidad de llegar. Pero al poco, el ciclista valón se frena y decide esperar a sus perseguidores, que tampoco estaban perfectamente organizados en su caza. Quizás una mala decisión por su parte, ya que luego en meta sólo pudo ser octavo, y para eso mejor morir en el intento. Pero aquel ataque de Gilbert fue de los más brutales que recuerdo yo en el Tour de Flandes. Es cierto que está el de Cancellara con el motor (dadle a motor sentido figurado o no, según vuestras convicciones) en el Kapelmuur, pero incluso aquel yo no lo definiría como brutal. Entre que fue sentado y que Cancellara hizo en más ocasiones ese tipo de arrancadas, es algo que podría entrar dentro de la maltratada lógica del ciclismo. Lo de Gilbert fue realmente sorprendente. Por mucho que fuese un ciclista extraordinario, verle rodar así en los adoquines de Flandes, acabando con el resto de corredores fue algo que no esperaba.

Aquel ataque de Gilbert fue lo más bruto que recuerdo haber visto yo en el Tour de Flandes. Hasta este domingo. Con la diferencia de que aquel ataque del Bosberg lo hacía un corredor que tenía en su palmarés dos Giros de Lombardía, dos París-Tours, dos Het Volk, dos Giros del Piamonte y una Amstel Gold Race. Es decir, que si se hubiese quedado muerto ahí mismo en el Bosberg a lo Tom Simpson ya tenía palmarés y credenciales suficientes para ser considerado uno de los mejores ciclistas de lo que llevabamos del siglo XXI. El ataque perpetrado en el Oude Kwaremont que recuerda a aquel de Gilbert corrió a cargo de Alberto Bettiol, un italiano de 25 años sin victorias profesionales cuyo mejor resultado era un podio en la Vuelta a Polonia, esa carrera donde van los jóvenes talentos de los equipos a foguearse y donde se han lucido en edad temprana corredores como Sagan, Dan Martin o Moreno Moser, Moreno quizás por Argentin y Moser por esa familia de mal recuerdo para todo el ciclismo. Un nombre y un apellido que explican la trayectoria profesional que ha tenido.

Es cierto que el nombre de Bettiol sonaba. Que decían que era muy bueno, que había futuro, que aquí y allá había cosas que daban para ciclista de cierta entidad. Pero en cinco años no había conseguido nada, y sus resultados son equiparables a los de Joe Dombrowski o Sven Erik Bystrom, dos corredores que prometían mucho y que se han quedado en unos de tantos ciclistas. Es cierto que Bettiol tuvo una lesión muy grave. Y es cierto que nunca es tarde para explotar y para ganar una gran carrera. Pero no así. En el ciclismo, esto significa una cosa, y sólo una cosa. Y es revivir el fantasma de los Bobrik, Minali, Colombo, Furlan... Con la diferencia de que todos ellos habían conseguido mejores credenciales que Bettiol antes de su primera gran victoria. Es decir, que ni el ejemplo del Gewiss vale para este corredor. Porque además, puedes ganar, como ganó Nuyens, incluso como ganó Devolder, apoyándose en muchas cosas, pero también en un equipo que bloqueó la carrera, pero no así. Bettiol ganó a lo Bjarne Riis en Hautacam. Pasaban los 250 kilómetros de carrera. Atrás se habían quedado completamente vacíos el campeón de hace dos años Philippe Gilbert, que parece aceptar la edad que tiene con resignación (no como Valverde), y su compañero Zdenek Stybar, quizás el máximo favorito tras ganar los dos test previos más importantes para De Ronde, la Omloop y Harelbeke. Se había quedado el gran talento danés Magnus Cort Nielsen, en pleno llano y con las piernas rotas. Sagan parecía que hacía la goma. A Greg van Avermaet le pesaban las piernas. Insisto, doscientos cincuenta kilómetros de carrera. Ahí apareció Alberto Bettiol, 25 años, ninguna victoria como profesional, ningún resultado entre los veinte primeros en ningún monumento. En ese momento apareció ese joven italiano que prometía cosas, como Ivan García Cortina, vigesimocuarto final; como Matej Mohoric, cuadragésimo primero.

Apareció Alberto Bettiol, que seguramente jamás haya hecho un ataque por la victoria de una carrera por encima de los doscientos kilómetros. Y en el día más señalado de este deporte, con un cientos de flamencos borrachos jaleando y ante un triple campeón del mundo, ante el actual arcoiris, ante el mejor corredor flamenco del último lustro, ante un ex-campeón de Flandes y Sanremo y el actual vencedor de la Lieja, en ese increíble momento de máxima tensión, de que sólo por estar en ese escenario y rodeado de semejantes estrellas del ciclismo, no le temblaron las piernas, sino que metió el ataque más agresivo que se recuerda en el Tour de Flandes y ante el que nadie, absolutamente nadie, pudo reaccionar. Imposible. Salió disparado como un cohete y no dudó en los menos de veinte kilómetros que quedaban hasta la meta. No le temblaron las piernas, no miró para atrás. Un chico de 25 años, sin victorias ni resultados, en el día más importante de su vida, no tuvo ninguna duda de dónde atacar. Lo hizo con una contundencia salvaje, como si lo hiciera en cada carrera, como si llevase diez años haciéndolo.


El grupo de los elegidos. Suman diez monumentos. Y gana Bettiol

Llegó a meta esprintando y realizando gestos desafiantes a la cámara. Después de 270 kilómetros. Después de 18 kilómetros en solitario, donde Philippe Gilbert, cuatro monumentos y una decena de grandes clásicas, no había aguantando diez, y sin tener el Paterberg por el medio, que Bettiol pulverizó sin merma alguna para su rendimiento. Apenas hizo gestos de cansancio, sino que encima se acercó a hablar al micrófono de un periodista italiano para seguir con su actitud macarra, mientras el segundo Kasper Asgreen, un danés que corría el monumento por primera vez, se cruzaba encima de su bicicleta intentando recuperar el aliento. La carrera de Asgreen fue realmente sorprendente (en ciclismo el adjetivo sorprendente tiene tanto connotaciones tanto positivas como negativas), pero al lado de lo de Bettiol parece innecesario detenerse en este rendimiento. ¿Si hubiese ganado Kasper Asgreen de la forma que lo hizo Alberto Bettiol qué hubieran dicho todos los que no ven nada raro en el desenlace de esta carrera? ¿Quién tendría que haber ganado “a lo Bettiol” para que sembrasen alguna duda en su cabeza? ¿Lluís Mas, antepenúltimo ayer? Quizás hubiesen dicho qué coraje tiene o que Mas sacó todo lo que tiene dentro en el día más importante. Porque cuando entras en la dinámica de cerrar los ojos y justificar todo, todo vale. Nos achacarán lo mismo a los que dudamos, pero poner al mismo nivel la fe ciega y la duda razonable, me parece tan demencial como defender al vencedor de esta carrera.

Un 29 de octubre de 1993 nacía Alberto Bettiol. La temporada ciclista había llegado a su fin unos días antes en su cierre tradicional en Montjuic. Maurizio Fondriest ganaba los dos sectores y la general, por delante de Claudio Chiappucci. El ciclismo había cambiado en 1991, cuando un grupo de jóvenes ciclistas de gran proyección habían hundido al gran Greg LeMond en un Tour de Francia al que el americano llegaba en el mejor momento de su vida deportiva. Volvería a cambiar en 1994 cuando un médico italiano volvió a alterar el status quo del ciclismo, con la colaboración de una serie de corredores que aceptaron lo que les proponía, contra su salud y su dignidad. Desde entonces ha cambiado muchas veces, y el giro de guión ha llegado siempre de la misma manera: cuando un ciclista que no se sabe muy bien de dónde viene y que nunca ha obtenido resultados de alcance, destroza una carrera y la domina por completo. Y esta historia ha seguido siempre, siempre, siempre el mismo guión.

Bienvenidos de nuevo al año 1994. ¿Y si vuelve la Volta a Galicia?

lunes, 28 de marzo de 2016

En los campos de Flandes

Sagan gana con la noche cayendo sobre Wevelgem
Desde tiempos inmemoriales, los monumentos del ciclismo han sido cinco. La Milan-Sanremo, el Tour de Flandes, la París-Roubaix, la Lieja-Bastoña-Lieja y el Giro de Lombardia, carreras que transcurren en las tres grandes naciones del ciclismo y que honran la cultura del centro de Europa, del sueño de la gran Europa decimonónica, desde los campos del Norte de Bélgica, por las ardenas flamencas, hasta el Mediterráneo, por la Liguria. Estas carreras, junto al Tour de Francia, el Giro de Italia y el campeonato del mundo en ruta represantan la base de más de un siglo de ciclismo, gran parte de la historia del deporte más bello de todos. El ciclismo es el deporte que muestra el esfuerzo humano por atravesar territorios y fronteras, y en su naturaleza se asemeja a la de los aventurados constructores de ferrocarriles o a los correos diplomáticos en tiempos de guerra, ambas cosas todavía existentes cuando empezaron las carreras ciclistas a finales del siglo XIX. No hay otro deporte que tenga un Poggio, un Aremberg, un Tourmalet. En el ciclismo son tan importantes los deportistas como los lugares en los que sucede. Wembley o Maracaná han cambiado hasta ser irreconocibles, al igual que el mítico trampolín de Holmenkollen, para cubrir necesidades más relacionadas con el negocio que con el deporte. Pero hay otro hecho que hace más grande al ciclismo, y es que esos lugares no son solo grandes por el ciclismo, sino que suelen llevar asociada una historia previa, una historia más grande que la de los vencedores, más grande que el propio ciclismo. El ciclismo honra esa historia, tanto como la suya propia.

Quizás la carrera que mejor resume esa idea sea el Giro de Italia, que siempre en su recorrido parece que intenta homenajear a la historia y a la cultura italiana. También pasa en el Tour de Francia, aunque Italia, por las propias características como nación, parece más acusado. En algunos momentos del Giro, la competición pasa a un segundo lugar, el habitual tedio de una etapa de transición donde parece que nada va a suceder se transforma en un acto de reivindicación del paisaje y de la cultura italiana. El ciclismo es un deporte donde se atraviesa un espacio. Un deporte que une, hermana, dos ciudades. Como la Milán-Sanremo, la París-Roubaix, la París-Bruselas (desgraciadamente venida a menos y renombrada únicamente como Clásica de Bruselas) o la carrera de la que quiero hablar hoy: la Gante-Wevelgem. Esta carrera que hace años servía de transición entre el Tour de Flandes y la París-Roubaix, ha ido ganando peso específico a lo largo de los años gracias al buen hacer de sus responsables, algo extraño en unos tiempos donde más bien sucede lo contrario: en busca de la explotación comercial más abusiva, los organizadores de las carreras están destrozando la tradición y la belleza de las carreras ciclistas. No ocurre eso en la Gante-Wevelgem, como digo, donde desde hace años han decidido alargar el kilometraje hasta los casi 250 kilómetros de carrera, logrando un magnífico equilibrio entre la dureza de los muros y su ubicación en el recorrido. En el ciclismo contemporáneo, dominado por estrategias conservadoras y “científicas”, asistimos a carreras aburridas que habitualmente se deciden en los kilómetros finales. En esta carrera flamenca, las dificultades están sabiamente implementadas, para que no gane el más fuerte, sino el que cumpla una serie de méritos no siempre relacionados con el físico puro y duro, sin olvidar factores como la buena o la mala fortuna (caídas, pinchazos y otros elementos aleatorios que han sido muchas veces clave en esta carrera).

Si comparamos la evolución reciente de la Gante-Wevelgem con la del Tour de Flandes (Ronde van vlaanderen en su nombre oficial), la primera gana por goleada. El Tour de Flandes, la fiesta del ciclismo de las dos provincias flamencas (es un deporte que une dos territorios, los hermana), es principalmente eso, una fiesta, un evento, y por el camino ha sacrificado el ciclismo y su aspecto monumental, renunciando a sus señas de identidad (los pasos por los muur de Geraardsbergen y Bosberg) para poder explotar comercialmente el acontecimiento, colocando gradas de pago y vendiendo al mejor postor su zona de llegada. Un final frío, oscuro, anónimo, una larga recta tétrica en la entrada de Oudenaarde, ha sustituido desde hace unas cuantas ediciones al incomparable curveo antes de enfrentar la línea de meta en Meerbeke, que tantos grandes momentos ha dado. Y ha llenado su parte final de muros de gran dificultad, eliminando el grado táctico, la posibilidad de sorprender con ataques valientes. Todo suele reducirse a una carnicería en los pasos finales al Oude Kwaremont y el Paterberg, encadeneados de manera fatal, avocando la carrera a un final previsible, alejado de la grandeza de las clásicas. En cambio, la Gante-Wevelgem ha sacrificado la espectacularidad y los réditos económicos inmediatos en favor de la monumentalidad. No solo en el kilometraje ya señalado. El punto central de la carrera, el Kemmelberg, es innegociable, donde se concentra el interés de la carrera y cientos de espectadores esperan la llegada de los ciclistas. En esta edición de 2016 se ha recuperado otra de las subidas adoquinadas a la colina, que atraviesa el osario que hay en una de sus laderas, incidiendo en esa idea de monumentalidad. Su inclusión fue un total acierto, pues allí llegó el grupo unido y salió despedazado. El primero en coronarlo fue el ruso Kuznetsov, que iba escapado, y por detrás atacó Cancellara primero y Sagan después. Tras ellos, un grupo con Vanmarcke, Van Avermaet, Stybar y el inevitable Sky, Rowe. El primero de este cuarteto, tuvo la suficiente fe para ir a muerte tras coronar el muro y enlazar con los dos de delante, que junto al ruso escapado se jugarían la victoria, mientras el trío que abandonó Vanmarcke se veía irremediablemente cortado por el viento y era finalmente engullido por el pelotón.

El Kemmelberg está ahí. Habrá ediciones donde subirlo sea un mero trámite, a veces llegará la carrera ya rota siendo un desgaste más y otras donde sea completamente decisivo, como fue el caso. Pero la colina estará siempre ahí, ya lo estaba antes del ciclismo y lo seguirá estando cuando ya no exista ciclismo (o al menos espero que así sea). El nombre, Kemmel, viene del dios celta de la guerra Camulos, y la villa que lo abraza desciende de una ocupación de más de 25 siglos. Es el monumento de la Gante-Wevelgem, una carrera monumental. Monumental también por su ambición a todos los niveles: deportiva, cultural e incluso plástica. Porque el ciclismo, al igual que todos los deportes (y ahí radica su belleza) se transmite a la gente a través de una forma, un estilo visual perfeccionado a lo largo de décadas, hasta el punto d que hoy vemos deporte inconscientemente, pero si ponemos atención descubrimos una perfecta técnica de montaje, de planos que se suceden. El ciclismo es el más difícil, porque es el más incontrolable. El fútbol y el baloncesto es una sucesión de planos generales, planos cortos en las interrupciones y repeticiones. El atletismo, los deportes de invierno o la natación están limitados a cámaras fijas y travellings estudiados. Pero el ciclismo es una continua lucha por hacer frente a las dificultades orográficas, medioambientales y a los propios cambios imprevisibles de la carrera. Y aún así, el más bello. Y la cumbre de su belleza única son las carreras de Flandes y especialmente la Gante-Wevelgem, con sus interminables rectas, con los grupos en abanico persiguiéndose unos a otros, filmándose bien en planos aéreos o en cámaras sobre motos, asistiendo a los efectos increíbles de la profundidad de campo.

La diosa Niké saluda a los ciclistas
Desde hace un par de años, la Gante-Wevelgem se llama oficialmente Gante-Wevelgem In Flanders Fields. Y es precisamente eso, la belleza de los campos de Flandes y los caminos que lo atraviesan, por encima de las dificultades montañosas, de la competición. El espacio que se cruza. La belleza de esos campos y su historia. In Flanders Fields se llama el museo que hay en Ypres, la última localidad de importancia que atraviesa la carrera antes de llegar a Wevelgem. Esta villa y sus alrededores fueron el centro de varias de las batallas capitales de la primera Guerra Mundial. Cuando se cumplieron cien años de la contienda, de las batallas horribles ocurridas allí, la carrera cambió de nombre. Y por eso en su recorrido se suceden los memoriales a los caídos de ambos bandos, el recuerdo del horror impregnado en esos campos, que cuando llueve y hace viento, llena de barro a los ciclistas. De Ypres se sale por la puerta de Menin, el impresionante monumento dedicado a los cuerpos de los soldados jamás identificados que murieron en los campos de Ypres. Recuperar la subida a la otra vertiente del Kemmelberg, no es solo una manera de añadir dificultad (un estudio de un medio belga considera esta vertiente como el muur más complicado de todo Flandes), sino que forma parte de ese homenaje. En la cumbre se encuentra un osario con restos de más de cinco mil soldados franceses que murieron bombardeados por artillería alemana, además de por la exposición a gases tóxicos en la primera vez que se utilizaban en el conflicto armado. Los ciclistas atravesaron el monumento dedicado a la diosa de la victoria Niké que honra a los soldados franceses. Es el enésimo monumento de esta carrera monumental, en todos los sentidos.

Como monumental fue su ganador, el tremendo Peter Sagan, nacido para ser uno de los mejores ciclistas de la historia, pero al que se le resiste habitualmente la victoria. Su puesto suele ser el segundo. En el Tour de Francia suele hacer unas diez posiciones entre los cinco primeros a lo largo de todo el transcurso de la carrera. Ha perdido de forma imprevista ante corredores a priori menos veloces que él, la última ocasión, hace un par de días en el E3 Harelbeke, la carrera que precede a la Gante-Wevelgem y que fue igualmente espectacular, terminado con un legendario duelo entre los dos últimos campeones del mundo (¿cuántas veces se ha podido decir esto en una carrera ciclista?) decantado a favor del polaco Michal Kwiatkowski. Pero Sagan persevera. Persevera en los errores, sabiendo que algún día acertará. Hoy Kwiatkowski no corría, pero Sagan sí, siempre al ataque, siempre generoso, pese a que habitualmente los que son rápidos en las llegadas se suelen reservar. Sagan no. Además de ganar, parece que quiere hacer méritos durante la carrera para merecerlo. Y por eso no se limitó a seguir la rueda de Cancellara en el Kemmelberg, sino que lo sobrepasó y lideró a los mejores en la cumbre y en su complicado descenso. Por eso, en lugar de guardar en los relevos, dio más que nadie en el grupo de cabeza, donde Vanmarcke daba relevos de peseta y Kuznetsov, que fue escapado en solitario kilómetros atrás, se guardaba para cubrirse del viento que antes le había azotado. En esos campos flamencos tan abiertos, el viento es violento y determina la carrera, por mucho que ahora ya no se atraviese zonas marítimas como hace unos años. A Sagan parecía darle igual. El eslovaco pierde mucho, pero a veces también gana, y eso es lo maravilloso. Que no es una máquina infalible de ganar como los monstruos del dopaje y del ciclismo científico. Pierde más que gana, pero lo intenta siempre, dejando muestras de su valía como ciclista. Y corre todo lo que puede, durante todo el año, con mejor o peor fortuna. En el sprint solo tuvo la oposición de Kuznetsov, el ruso que jugó bien sus cartas, pero lanzó el sprint demasiado pronto, intentando repetir la jugada de Kwiatkowski en Harelbeke dos días antes. Pero él no es el polaco y Sagan se pegó bien a su rueda. Lo rebasó con facilidad y ya no se dejó adelantar. En la línea de meta, el ruso, moralmente segundo, fue sobrepasado por Vanmarcke. Cancellara, sin opciones, fue cuarto.

En la meta, la imagen más icónica fue ver al gigante Tom Boonen felicitando y abrazando a Peter Sagan. El belga, ganador en tres ocasiones de la clásica, es el mejor ciclista de la historia en las clásicas flamencas, ostentando el record de victorias totales en las más importantes (aunque se le haya resistido siempre la que abre el calendario flamenco, la Omloop Het Nieuwsblad). Boonen es el gran monumento belga, y al igual que Sagan ha perdido muchas veces, y ha ganado también muchas veces siempre que se dieran las condiciones para sus victorias. Esto es, nunca ha logrado triunfos sobrehumanos. Un ciclista que ha conseguido ser tan grande como las carreras en las que participa y que honra con su presencia al maltrecho ciclismo contemporáneo. En el Kemmelberg, Boonen intentó estar con Cancellara y Sagan, pero pasó un invierno lesionado y ya está en los últimos años de su carrera, aceptando una inevitable decadencia, mientras que su gran rival Cancellara parece haber hecho un pacto con el diablo (ejem) y está tan fuerte como siempre. Uno y otro representan diferentes espectros del ciclismo. El clásico, fino y falible de Boonen; el espectacular, exagerado y de esfuerzo interminable de Cancellara.

Boonen se quedó en el monte Kemmel, pero luego lideró a su equipo en la persecución. En lugar de quedarse en una posición secundaria, como leyenda y jefe del mejor equipo belga que es, fue el que más trabajó, mientras que Terpstra y Stybar parecían guardar para otra ocasión. En parte comprensible, porque Boonen ya lo ha ganado todo y no tiene nada que demostrar, mientras que los otros aún están construyendo su palmarés. Pero Boonen tiraba como si no hubiese más carreras, y era un placer verle comandar el grupo por las rectas camino de Ypres y Wevelgem. Todos ellos trabajaban para el increíble Fernando Gaviria, el velocista colombiano que enamora a todos, que no se conforma con ser el más rápido en los sprints masivos y que pasó el Kemmel en los grupos cabeceros. Hace unas semanas llegó en cabeza en el monumento más grande de todos, la Milán-Sanremo. Se colocó con desparpajo en cabeza, vigilando el grupo y se cayó justo antes del sprint en una maniobra tonta, quedando en suspense qué podría haber hecho en la carrera más importante del calendario, a la tierna edad de 21 años. Hay aficionados que no dudan de que hubiese ganado. Yo creo que hubiese hecho un meritorio puesto de honor, pero no se hubiese impuesto a corredores de mayor fondo. Roelandts, que no es sprinter, fue tercero, ganando a muchos más rápidos que él. El miércoles en la Dwars door Vlaanderen, en otra gran clásica del calendario flamenco, también llegó en cabeza con todo a favor para ganar y sólo pudo ser décimo. En la llegada a Wevelgem, luchando por el quinto puesto, no consiguió imponerse a Arnaud Démare, precisamente vencedor de la Milan-Sanremo que muchos atribuyen imaginariamente a Gaviria de no haberse caído. No dudo que Gaviria será el hombre a batir en muchas de estas clásicas en los próximos años, pero ahora mismo en un sprint, tras todo el kilometraje y todas las dificultades orográficas y medioambientales, no está al nivel de otros corredores de mayor experiencia.

Kemmelberg, camino empedrado hacia la gloria
A Sagan, que empezó a ganar en carreras de máximo nivel incluso a una edad más temprana que Gaviria, también le costó conseguir su primer triunfo de gran nivel. Fue precisamente en esta Gante-Wevelgem que hoy ganaba por segunda vez. Ahora, tanto él como la carrera, son mucho más monumentales, iconos imprescindibles del ciclismo. Los monumentos del ciclismo son cinco. Algunos indocumentados llaman a la joven e hiperpublicitada Strade Bianche italiana el sexto monumento (cuando es una carrera sin tradición ni kilometraje ni belleza comparable). A la Gante-Wevelgem no habría que llamarla el sexto monumento, porque cada año es más ambiciosa, más hermosa y más combatida que la mayoría de las clásicas de mayor prestigio. Es la mejor prueba de Bélgica ahora mismo, frente a un Tour de Flandes y una Lieja-Bastoña-Lieja en franca decadencia, porque ha sabido perfectamente entender la historia y la naturaleza del ciclismo. Porque ha entendido el significado de la palabra monumento y cada temporada se ve el ciclismo más espectacular del año. La edición anterior, la más formidable de los últimos tiempos, una auténtica masacre por culpa (o gracias) a la lluvia y el viento, estuvo parcialmente manchada por el triunfo final de uno de los ciclistas más tramposos de este deporte, el italiano Luca Paolini (ahora mismo suspendido por un positivo por cocaína en pleno Tour de Francia). En 2016, esta carrera monumental tuvo un vencedor monumental. Aunque vencedor quizás no es la palabra correcta, porque la historia nos dice que no hay victorias en los campos de Flandes, por mucho que se apele a la diosa Niké. Sólo hay derrotados en estos campos. Podemos decir que el eslovaco Peter Sagan fue el primero que los atravesó en esta edición, en un final memorable en el inicio de la primavera, cuando el día empieza a caer y los coches y las motos iluminan el camino de los ciclistas.

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Escribí esta entrada antes de conocer la muerte de Antoine Demoitié, ciclista del equipo Wanty atropellado durante la disputa de la Gante-Wevelgem por una moto. Su muerte es una desgracia y una vergüenza más para este deporte. Como señalaba en el párrafo anterior, en el ciclismo la palabra victoria siempre es relativa. Descanse en paz, Antoine Demoitié.

miércoles, 17 de abril de 2013

Todos ganan en el Sky


Retomo una vez más el blog. Lo había dejado para convertirme en comentarista de otro blog mucho mejor (ciclismo2005.blogspot.com), pero ahora que este ha cerrado de manera abrupta, espero poder seguir comentando por aquí.

Estamos en la semana conocida como el tríptico de las Ardenas, en que se celebran la Amstel Gold Race, la Flecha Valona y la Lieja-Bastogne-Lieja, y donde se mezclan clasicómanos con especialistas en grandes vueltas, puesto que son clásicas mucho menos peligrosas que las de pavés y más fáciles de controlar por los equipos, lo que permite a las grandes estrellas del pelotón tener más opciones de victoria y menos riesgos ante eventuales caídas. Así, Gilbert, Sagan o Gerrans luchan contra Contador, los Schleck (cuando estaban) o Chris Froome, que parece ser el último que se ha apuntado a la moda (lo veremos el domingo en Lieja).

Paralelamente, se celebra en Italia el Giro del Trentino, una carrera que en los últimos años ha ganado en importancia y ahora mismo tiene la máxima categoría del UCI Europe Tour y que quizás avance a primera categoría, teniendo en cuenta que en el World Tour hay carreras mucho peores, como el Tour Down Under, el Eneco Tour, el Tour de Polonia o una carrera en China hecha solo para que la UCI gane dinero. Si a eso le sumamos la posible desaparición de la decadente Volta a Catalunya, Trentino está en buena posición para convertirse en una de las carreras más importantes del calendario.

Trento es una de las provincias al norte de Italia que sirve de frontera con Austria, y que en su día fueron una de las posesiones más importantes del Imperio de los Habsburgo. Es conocida en el ciclismo por incluir algunos de los más bellos paisajes de los Alpes Orientales, los conocidos Dolomitas, y en ellos, los puertos más terroríficos del mundo. Así, el Giro del Trentino es una de las carreras más duras del mundo, pero también de las más bellas, ya que se atraviesan fantásticos escenarios de grandes lagos y montañas empinadas.

En los últimos años, y en una tradición muy arraigada en Italia, la organización se empeña en rebuscar en la geografía nuevos puertos, cada vez más duros, para que los pobres ciclistas sufran y sufran. Normalmente, y como ha probado la Vuelta a España, esto hace que las carreras carezcan de lógica y sean simplemente etapas de último puerto, de ir en grupeta hasta los últimos diez kilómetros y luego partirse el cobre bajo la ley del más fuerte. Aún así, dentro de este modelo de ciclismo, en Italia mantienen el gusto por las etapas de largo kilometraje y de impresionantes puertos intermedios, lo que hace que las carreras sean muchas veces menos dolorosas.

Este año en el Trentino no se han ido por las ramas. Cuatro días de competición. El primer día, doble sector (esto creo que tendrá que desaparecer si quieren ser World Tour), etapa corta y crono por equipos. Y después, tres etapas de montaña, dos finales en alto. No hay más. Desde luego, no se han estrujado mucho el cerebro, pero aún así han conseguido una participación espectacular, con los dos últimos campeones del Tour de Francia (Wiggins y Evans)  y dos de los tres últimos vencedores del Giro (los locales -y por tanto, inevitables- Basso y Scarponi). Pese a la presencia de estos dos últimos, ya en franca decadencia, las esperanzas italianas descansan en otros dos corredores, Nibali y Pozzovivo, que ganó la carrera el año pasado, fichó por el AG2R y no ha vuelto a acercarse a nada parecido, aunque ha estado rondado el top 10 en varias carreras World Tour. En otra tradición italiana, muchos locales sólo rinden, o rinden el doble, cuando corren en casa. Situación parecida a la española, por otro lado. Al grupo de italianos favoritos habría que sumar al sorprendente Mauro Santambroglio, uno de esos corredores oscurísimos que se pasó un par de años siendo el guardaespaldas de Evans en el BMC y ahora ha fichado por el Vini Fantini (ese equipo de horrible jersey fosforito) y está volando en todas las carreras italianas que corre, incluyendo una imposible segunda posición en Prati di Tivo (Tirreno-Adriático) solo superado por el monstruo de los pedales Chris Froome.

En el resto de la participación, poco más que destacar. Está el Europcar, que viene con Pierre Rolland, la única estrella que le queda después de que Voeckler se partiera la clavícula en Holanda. El Caja Rural es la única participación española, y viene con casi toda su artillería: Txurruka, Marcos García, Antonio Piedra, Omar Fraile y el portugués Cardoso. Y después, un montón de italianos que ya casi forman parte del folclore, que estarían mejor retirados, como Garzelli, Rebellin, Pellizotti, Sella y alguno más que me dejo. Por último, otra pasión italiana, invitar a equipos exóticos para autoproclamarse pioneros de algo que realmente no tiene ningún interés. En el Trentino están los primeros equipos chinos y sudafricanos de categoría Profesional Continental.

Bueno, en la primera etapa, se formó un grupo de escapados anónimo que llegó a meta con una ventaja de casi siete minutos. Ganó el mejor de todos, el francés de AG2R Maxime Bouet, el único de todos los fugados que pertenecía a un equipo de máxima categoría. Siete minutos quedando tres etapas de montaña es muchísimo tiempo. Por la tarde hubo contrarreloj por equipos de menos de veinte kilómetros. Ganó el Sky, pero Wiggins no pudo recortar ni un minuto, y Bouet perdió el liderato frente a otro de los fugados, el polaco de diecinueve años Josef Cerny, del CCC.

Ayer se disputó la primera llegada en alto, a Vetriolo Terme, una estación de esquí que alberga un precioso paisaje montañoso. Una carretera de montaña de las antiguas, con algunos tramos mejor y otros peor, pero de enorme belleza: largas rectas interrumpidas por curvas de herradura, en un desnivel medio bajo, compensado por unos últimos cinco kilómetros al 9.5%. Antes se subía otro puerto importante, el Lavazé, que permitió coger algo de ventaja a los escapados, el más meritorio de ellos Savini, que se hizo casi toda la etapa él solo y fue neutralizado por un grupo a 20 de meta, antes de que estos fueran engullidos por el pelotón.

Al inicio del puerto ya se llevaban encima 200 kilómetros, que incluían otro puerto exigente. Esto es lo que hace diferente al ciclismo italiano frente al español. Mientras el primero plantea etapas ambiciosas más allá de su puerto final, en España ponemos etapitas de 150 kilómetros con una subida de porcentajes imposibles al final, lo que da como resultado etapas fotocopiadas.

En las primeras rampas, el Liquigas puso ritmo. Es lo único que sabe hacer este equipo cuando su líder es Basso. Poner un ritmo alto para neutralizar las etapas y luego ver como su triste líder se queda cuando hay los primeros ataques. Sin embargo, el equipo Liquigas ya no es el que era. Ha perdido a muchos gregarios, fugados al Astana con Basso, además de Szmyd, que se ha ido al Movistar y de momento permanece anónimo, un clásico del equipo navarro.

Pronto hubo los primeros ataques, formándose un grupo sólido con un ambicioso Rolland, Pirazzi y el bielorruso del Sky Siutsou. Este corredor hizo lo que le enseñan a hacer en su equipo si no eres inglés: tirar. Casi sin pedir relevos, fue haciendo la subida él solo y consiguió una ventaja de medio minuto. Con el paso de los kilómetros, se veía que el bielorruso seguía a lo suyo, mientras que sus dos compañeros de escapada iban casi haciendo la goma. Siutsou fue campeón del mundo sub 23 hace nueve años y durante varios años fue un corredor muy prometedor. Incluso formó parte del Fassa Bortolo, aquel equipo italiano del que salieron Petacchi, Basso, Rumsas y Cancellara, todos ellos de conocida trayectoria. Lo cierto es que pasados sus años de juventud, Siutsou había pasado a ser el rodador del Sky, el hombre que protegía a los líderes y hacía su trabajo de manera anónima. Pero en el Sky da igual cual sea tu condición. Un par de concentraciones de altura y volarás en cualquier terreno. Y lo que hizo Siutsou fue irse cuando y como quiso de sus dos compañeros de escapada, uno de ellos, Rolland, vencedor en Alpe d'Huez y con dos top 10 en el Tour de Francia. Este es el resumen de la temporada. El cuarto o quinto gregario del Sky riéndose a la cara del resto de los corredores.

Por detrás, el Astana se puso a tirar para Nibali. Hasta seis corredores tenía el equipo de Vinokourov delante. El italiano tardó poco en atacar y a su rueda saltó Pozzovivo. Después fueron Wiggins, Santambroglio y Evans, aunque este último a duras penas y terminó cediendo. Estamos en el definitivo año de declive del corredor australiano, voluntarioso, pero incapaz de hacer frente al paso del tiempo. Algo que debería ser normal, por otra parte. Pero raro en el ciclismo actual.

Además de todos esos favoritos (donde Basso y Scarponi ya no estaban), iban también otros dos Astana. Pero no eran Agnoli, Kesiakoff o Tiralongo, corredores expertos, sino Dyachenko y el jovencísimo italiano Fabio Aru, demostrando lo potente de esta escuadra. Pero Nibali siguió acelerando y con él se fueron solo Pozzovivo, Santambroglio y con más problemas o más tranquilidad, Bradley Wiggins, que este año se está tomando la temporada con mucha más calma, tras haber ganado todo lo que disputaba el año pasado (Paris-Niza, Tour de Romandia, Dauphiné, Tour de Francia y Juegos Olímpicos). Además, por delante tenía a Siutsou que iba directo a ganar la etapa, pese a los ataques de Nibali, que casi nunca encontraba ayuda en sus dos compatriotas italianos.

Cuando quedaban dos kilómetros para meta, atacó Santambroglio y nadie lo siguió. Pero era ya muy tarde para coger a Siutsou, que ganó con tranquilidad. A cuatro segundos entró Santambroglio, otra vez segundo tras un Sky, demostrando que no tiene mayores ambiciones, pese a su sorprendente salto de nivel. Por detrás, a 19 segundos, entraron Nibali y Wiggins, con el inglés dejando que el siciliano cogiera la bonificación y haciéndole un cariñito en meta, al igual que en el pasado Tour. A Wiggins le gusta ejercer de patrón, y va por ahí repartiendo misericordia o chulería, según se comporten sus rivales. No llega al nivel de Armstrong, pero también es cierto que al inglés le llegó la fama tarde y este año ya le han bajado algo los humos en su propio equipo diciéndole que el líder en el Tour será Froome. A él en el fondo le da igual. Ya tiene su Tour y parece una persona más preocupada por su imagen personal que por su carrera deportiva.

El siguiente en llegar fue Pozzovivo a 28, Pirazzi a 34, y la pareja Aru y Dyachenko a 37. Evans se dejó 45 segundos. Baso un minuto y medio. Bouet recuperó el liderato al entrar a 2:23, mientras que el jovencísimo líder demostró no ser otro milagro del nuevo ciclismo entrando con unos lógicos quince minutos y medio de retraso. Eso es lo normal del ciclismo, y no que con 20 o 21 años luches por las mejores carreras del mundo.

De esta manera, Bouet es el nuevo líder y sus mayores amenazas son Wiggins y Nibali, a casi cuatro minutos. También el ganador de la etapa, Siutsou, a 3:19, pero tras su día de gloria lo lógico es que trabaje para su líder. Así funcionan las cosas en Sky. Mañana etapa de media montaña con la subida a Daone a 16 kilómetros de meta. Son cuatro kilómetros, pero el último al 9%, a ver si alguien lo intenta o lo dejan todo para el último día, donde se sube a Sega di Ala, un puerto con 8% de desnivel medio, pero con algún kilómetro al 14%.

Flecha Valona

Comento brevemente la Flecha Valona, una carrera de tercera categoría elevada a acontecimiento por su último kilómetro final, donde se sube el muro de Huy, una cuesta de algo más de un kilómetro con rampas del 16% de desnivel. La única vez que pasó algo en esta carrera antes del muro que fuese digno de mención fue cuando la Gewiss del hematocrito disparado dominó tiránicamente la carrera colocando a tres de sus corredores en el podio: Argentin, Furlan y Berzin, que se escaparon sin oposición alguna a falta de cincuenta kilómetros, y al final Furlan dejó ganar a Argentin con claros aspavientos de desaprobación. Así es la historia de esta carrera, que en sus últimos diez años incluía a corredores de la "categoría" de Astarloza, Rebellin (tres veces), Di Luca, Valverde (el año de la Operación Puerto), Kirchen (retirado del ciclismo por una dolencia del corazón no del todo explicada) o Philippe Gilbert en su año mágico de 2011, en el que ganó en toda carrera que disputó y hasta se permitió atacar en el Tourmalet en el Tour de Francia.

Con este panorama no debe extrañar que ganase un corredor como Dani Moreno, que viene de las catacumbas del ciclismo (estuvo en aquel mítico Relax Fuenlabrada que montó Lissavetzky para los proscritos de la Operación Puerto). La subida fue más emocionante de lo habitual, porque un corredor colombiano, Carlos Betancur, atacó en las primeras rampas, alcanzando una distancia considerable. En el pelotón nadie se movía e imagino que el valón Philippe Gilbert se estaba poniendo nervioso. Es un corredor muy discutible, especialmente por su año mágico, pero al menos es un ciclista que estando bien o mal, tiene voluntad de atacar y de luchar siempre por la victoria. No se esconde nunca, tenga días buenos o malos. Y allí se fue a por Betancur, como si no tuviese a nadie detrás. A su paso salieron Sagan, Valverde, Joaquim Rodriguez y una larga lista de corredores. El belga seguía poseído y terminó dejando a todos sus perseguidores, menos a un sorprendente Dani Moreno, que pocas veces se había visto en una similar. Cuando Gilbert pagó su esfuerzo, Dani Moreno salió a por Betancur sin oposición.

El corredor de Katusha ganó con distancia y tuvo tiempo para celebrarlo. Segundo entró Henao y tercero Betancur, cerrando un podio hispano que nadie habría augurado. Es quizás la victoria más impoortante de Moreno, aunque en 2011 ya había ganado el Giro del Piamonte, una carrera que es mejor que la Flecha Valona, aunque no tiene categoría World Tour, por lo que hay menos competitividad y tiene menos prestigio.

Y eso es la Flecha Valona. Un "mundial" de sprint de montaña, donde el espectador más sensacionalista ve a corredores destrozándose en el asfalto. Pero apenas hay táctica ni su desarrollo difiere de un año para otro. A una carrera así no se le puede llamar clásica. No merece una participación semejante. Entre los cuarenta primeros encontramos nombres como Joaquim Rodriguez, Valverde, Mollema, Sagan, Ulissi, Gilbert, Kreuziger, Hesjedal, Albasini, Urán, Cunego o un anónimo Contador, que vino de mala gana y no se molestó nada en disimularlo. Veremos si tiene la misma actitud en la Lieja-Bastoña-Lieja, que este año tendrá un final algo diferente, ya que la cota de Roche-aux-Facons está en obras y ha sido sustituida por la de Colonster. Será entre Sprimont y Saint-Nicolás. Los favoritos son Gilbert, Valverde, Gerrans y Nibali.

viernes, 15 de junio de 2012

Euro 2012. Segunda jornada Grupo C


La segunda jornada del grupo C se abrió con un emocionante Italia contra Croacia. Son dos países unidos por la Historia, puesto que la Dalmacia, región en la que se encuentran ciudades importantes como Split, Dubrovnik y Zadar, fue veneciana durante setecientos años y conquistada por el Estado italiano de Mussolini durante la Segunda Guerra Mundial. No sé cómo serán las relaciones entre los dos países desde entonces, pero es curioso la violencia con la que hinchas croatas pitan el himno italiano en los prolegómenos del partido.

Italia domina el primer tiempo gracias al que para mi es el mejor futbolista del mundo en la actualidad, Andrea Pirlo. En unos tiempos en lo que lo determinante en el fútbol es la condición física, correr y aguantar más que nadie (haciendo parte fundamental del deporte a los médicos de los equipos), Pirlo suple todas sus carencias con una calidad excepcional. Con gran inteligencia administrando sus esfuerzos, sabiendo exactamente cuándo hacer una conducción larga de balón y cuándo meter un pase largo, cuándo presionar la salida del contrario y cuándo mantener el rigor posicional. No hay nadie como él.

Le acompañan en esta gran Italia de Prandelli un montón de grandes futbolistas, dispuestos además de una manera original y poco dogmática sobre el terreno de juego. Tres centrales que no significan un planteamiento defensivo. Entre los bulldogs Bonucci y Chiellini se sitúa Daniele De Rossi, el ya veterano centrocampista de la Roma. No actúa como el clásico líbero, ya que rara vez rompe líneas de presión mediante conducción larga de balón, sino que es como el punto central de un eje que da seguridad a los dos centrales y que permite combinar sin problemas con Pirlo en un sentido vertical. Lo que permite De Rossi es que la primera línea de presión croata se adelante y así Italia pueda romperla con calidad y rigor, y no con un pelotazo o un pase horizontal de un central común.

La línea de tres centrales permite las subidas largas de los laterales. Son los únicos hombres de banda en esta Italia, que no tiene ni volantes ni extremos. Son los encargados de dar profundidad al juego de ataque, pero también por su largo despliegue en el campo, un punto débil de la defensa italiana. Ante una España sin bandas y con poca profundidad de los laterales, Italia pudo armarse bien. No sucedería lo mismo con Croacia. También es cierto que con la habilidad de Pirlo para trazar pases verticales hacia los delanteros, los italianos usaron poco el desborde por banda.

Junto a Pirlo, en la media, el completísimo Marchisio, que hizo de todo durante el partido, incluido una clarísima ocasión de gol precedida de un recorte espectacular a un defensa; y Motta, ese jugador demasiado plano y previsible, pero con fuerza y trabajo. Uno de los pocos jugadores donde Italia puede mejorar lo presente, quizás con Montolivo o el oportunismo de Nocerino. Y arriba, Antonio Cassano y Balotelli, dos delanteros de gran calidad, imprevisibles, y por eso mismo irregulares. A Balotelli no lo hemos visto aún en su mejor versión, pero dio un salto de calidad respecto al primer partido, donde estuvo bastante perdido. Intimidó con sus lanzamientos lejanos y con su potencia en el área. Cassano estuvo demasiado tiempo en el campo. Un jugador que hace poco más de seis meses estaba siendo tratado por un complicado ictus isquémico no debería estar para jugar casi completos estos dos partidos de gran intensidad.

Italia lo hizo todo en la primera parte. Jugó de maravilla, dominó y tuvo muchas ocasiones. Todas nacían de las botas de Pirlo, que distribuía a placer ante un medio del campo croata desbordado. Enfrente tenía a un jugador de enorme calidad como Luka Modric, pero al que le falta la personalidad y la consistencia de Pirlo, la confianza en su juego y tener una noción más clara de los tiempos en el fútbol. Quizás el error de Modric fue irse a una liga como la inglesa, demasiado vertical, demasiado rápida. Un jugador como él necesita aprender las pausas, saber manejar los tiempos del partido. Ser un doctor para su equipo. En el Tottenham, un equipo demasiado ortodoxo, termina convertido en un jugador de transición y no en el corazón de la escuadra. Un jugador desaprovechado.

El resultado de la deriva croata fue el dominio claro de Italia, que se fue al descanso con ventaja gracias a una preciosa falta ejecutada con talento por Pirlo. El justo premio para este enorme jugador. Italia parecía tener el partido asegurado, puesto que Croacia ponía pundonor, pero quizás le faltaba unión entre sus líneas.

Faltaban jugadores con personalidad, y apareció para Croacia en el segundo tiempo su capitán Darijo Srna, el futbolista que tiene todo lo que le falta a Modric. Srna comenzó a poblar la banda derecha al mismo tiempo que Croacia comenzó, poco a poco, a comerle terreno a Italia. Y a Srna le acompañó, o quizás le superó, su compañero por la otra banda, Ivan Strinic, sin duda el jugador del partido para Croacia. Desesperó a Giaccherini y colgó uno y mil balones. Normalmente no encontraban a Jelavic y a Mandzukic, pero fue la principal arma de los croatas.

Italia era la norma del partido y Croacia la excepción. Es decir, los azzurri construían el piso sobre el que se asentaban los dos equipos. Era la que daba forma al partido, la que medía los tiempos, mientras que Croata trataba de romper esa hegemonía con ataques directos, a partir de jugadas de banda. Con Modric a bajo nivel y Rakitic sin encontrar su lugar en el campo, Croacia se encomendó a sus laterales. Y le salió bien. Un centro de Strinic que no ataja Chiellini, lo caza Mandzukic que la rompe ante un Buffon que sale bien. Pero el balón da en el poste derecho y se cuela con suerte en la portería. Nada puede hacer la gran colocación del portero italiano.

Con dieciocho minutos para el final, el partido no varió su situación. Italia siguió manteniendo la posesión, aunque nunca fue tan incisiva como en la primera mitad. Bajó Pirlo y bajó toda Italia. A Montolivo, que entró por Motta, le falta mucho para equipararse al maestro lombardo. Arriba, Balotelli, que había sido el mejor delantero, fue sustituido por Di Natale, que apenas tuvo presencia como compañero de un decadente Cassano. El cambio por Giovinco llegó demasiado tarde, y el pequeño enganche apenas tuvo tiempo. Aún así, fue el único de los cambios que intentó aportar novedad al esquema italiano, con sus furiosas entradas por la banda derecha. En el mismo minuto que entró Giovinco, lo hizo Eduardo en Croacia. Otro cambio para aportar algo diferente, pero también llegó demasiado tarde. El futbolista de origen brasileño puede aportar algo más de cuerpo al juego croata, bajar algo a recibir y combinar con los jugadores de medio campo, frente a la mayor contundencia de los titulares Jelavic y Mandzukic. Pero con poco tiempo, Eduardo salió algo ansioso, y Croacia ya estaba más concentrada en retener a Italia y salir demasiado rápido al contraataque para aprovechar la fina calidad de su antaño muy prometedor delantero.

Fue un empate justo. Italia tuvo más ocasiones, pero Croacia tuvo el coraje de salir a por el partido en la segunda parte, ante un equipo que era superior a ellos e iba con todo a favor. Una pena para Italia, la mejor Italia en años, la más bella, que puede quedarse fuera de este campeonato por las combinaciones de la última jornada. Esperemos que la dictadura de los resultados no invalide la fantástica propuesta de Prandelli.

En cuanto al otro partido, no hubo más historia de la que quiso narrar España. La fortuna nos privó de un partido emocionante, pues en el minuto cuatro, una combinación de errores le deja un balón a Torres dentro del área, que el delantero español ejecuta con tranquilidad. Mucha sangre fría para el delantero, que en el partido anterior se había mostrado muy ansioso. El partido perfecto para España. Salir con ventaja desde el inicio y tocar, tocar, tocar. Irlanda no adelantó la presión, y únicamente buscó algún error español para salir rápido a la contra, pero pocas veces se dio esa posibilidad y ningún jugador irlandés tuvo la suficiente habilidad para realizarla con la maestria necesaria.

Consiguió Irlanda, eso sí, que la posesión española fuese la mayor parte del tiempo inútil. Con uno a cero, los de Del Bosque no vieron necesario arriesgar, así que faltaron más movimientos entre líneas, más rotación del medio del campo. Destacó Arbeloa, muy criticado en el primer partido, que se incorporó una y otra vez por una banda derecha desatendida por los irlandeses. Quizás fue una buena decisión, ya que el carrilero del Real Madrid no posee gran calidad ni muchas virtudes atacantes, pero por eso mismo creo que es digno de valorar su esfuerzo.

De los tres mediocentros Xavi, Xabi Alonso y Busquets, el que llevó más peligro atacante fue el tolosarra, que con sus pases potentes conseguía quebrar muchas líneas de presión rivales. Xavi, por contra, daba tranquilidad y mesura al partido. Y Busquets le aplicó el equilibrio necesario. Arriba combinaban Silva e Iniesta, pero con la tranquilidad del gol quizás jugaron con la marcha puesta y faltó la jugada excepcional que diera el segundo gol.


En la segunda parte, España mejoró, al igual que contra Italia. Y de nuevo fue por una mayor intensidad y dándole más velocidad al balón. Por momentos fue una exhibición, acompañado además por goles. Silva, Torres y finalmente Cesc. Nadie destacó en una escuadra que realizó el mejor fútbol del campeonato, algo que siempre hay que coger con cuidado por lo dicho al principio: ir ganando desde el minuto cuatro facilita las cosas, y más si eres España y enfrente tienes a Irlanda. Tampoco se trata de minusvalorar el enorme trabajo, pero es la primera vez que vemos un desequilibrio tan claro entre dos selecciones.

En Irlanda el mejor fue su portero, Shay Given, que sacó tres manos portentosas. Disparos a bocajarro que despejó con muy buenos reflejos. Tuvo que terminar desesperado con una defensa lentísima, tanto en la marca como en el despeje. Desapareció el medio del campo. A Andrews ni se le vio. Y arriba McGeady, Duff, Keane y en la segunda parte Walters se mataban por cazar algún despeje. Muy poco para Irlanda, pero quizás no tenga más. Ni lo necesita. Para ellos es un logro haber llegado hasta aquí. Se han quedado fuera selecciones más potentes y les ha tocado un grupo en el que partían con clara desventaja. Irreprochable su competición. Y se van con un premio muy importante, la mejor afición del torneo, que se pasó todo el partido animando (hermanada con los hinchas españoles en un gesto precioso) y abrumó al estadio con unos últimos diez minutos de cánticos ahogados. Comportamientos como estos consiguen borrar la mala imagen del fútbol que han dejado estos días aficionados polacos, rusos y croatas.

Lo más decepcionante de España fue que, con el partido resuelto, Del Bosque no probara algo diferente con los cambios. Haber propuesto una variante táctica, por ejemplo jugar con un solo mediocentro o poner a dos delanteros. Pero los cambios fueron hombre por hombre. Vimos debutar a Javi Martínez, el mejor talento para el futuro, y actualmente el mejor central de España, puesto que ni Piqué ni Ramos están en sus mejores versiones. Como mediocentro tampoco tiene nada que envidiar a Busquets y a Xabi Alonso. Es más, quizás pueda combinar el trabajo de ambos en una sola persona.

Cazorla entró por Iniesta, pero apenas pudo demostrar nada. España ya ganaba cuatro a cero, y el equipo se dedicó a conservar el balón, pues tampoco el rival (noble y con una afición envidiable) merecía una humillación. Una pena para el jugador del Málaga. Y por último, en el cambio más decepcionante, Torres se fue y entró Cesc, intercambiando sus papeles del primer encuentro, con la diferencia de que en esta ocasión Cesc sí que consiguió marcar, aunque de nuevo no son situaciones comparables. Juegue quien juegue, los dos son buenas opciones. Torres busca mejor los espacios y Cesc puede ayudar más en la creación. De todas formas, es decepcionante que Del Bosque no pruebe a Llorente, el mejor delantero español esta temporada.

En fin, un partido sin mucho que decir. España dominó y ahora se jugará la clasificación contra Croacia. Es presumible que Italia gane a Irlanda. Es muy superior, pero desde hace unos años, la azzurri tiene un enorme problema para cerrar sus partidos. Los transalpinos tienen que ganar y esperar una victoria de España o Croacia. Los de Del Bosque son muy superiores, pero habrá que ver con que disposición se toman el partido, qué riesgos deciden tomar. Un grupo en el aire donde los tres equipos merecen pasar.

jueves, 14 de junio de 2012

Euro 2012. Segunda jornada Grupo B


Mi intención era hacer un seguimiento diario de la eurocopa, pero por razones que no vienen al caso, la cobertura será intermitente y según las ganas que tenga de escribir. Aquí comento los dos interesantes partidos del grupo B, el llamado "grupo de la muerte".

En el primero, Portugal se la jugaba. Si perdía estaba eliminada. Salió mejor que Dinamarca, que tuvo el contratiempo de perder a su mejor hombre de la primera jornada, Zimling, por lesión. El desconcierto le afectó bastante y Portugal, aunque fuese solo por empuje, se fue haciendo con el partido. Y llegaron los dos goles. En el primero, Pepe imperial de cabeza en un córner. Y el segundo, anticipación de Postiga a un centro raso de Nani. El que no aparecía por ninguna parte, salvo para perder balones y fallar ocasiones, era Cristiano Ronaldo. Todo lo contrario que sus dos compañeros del Madrid, Pepe y Coentrao, que fueron con diferencia los mejores de Portugal en todo el partido.

Pero la selección lusa empezó a remolonear y en lugar de tratar de rematar el partido ante una debilitada selección danesa, quiso enfangarlo con su habitual defensa de siete. Los cuatro de atrás más el trio de mediocentros que no está terminando de funcionar, especialmente por el bajo nivel ofensivo de Meireles en el campeonato. Arriba tenía a Cristiano y a Nani tratando de cazar alguna, y a Postiga perdido en la indiferencia. En Dinamarca, sin Zimling, Kvist tenía que hacer el trabajo de los dos. Poulsen, el lateral, estaba muy lejos del nivel de su primer partido, al igual que Krohn-Dehli. El que aparecía un poco más es Eriksen, la estrella del Ajax al que todavía se le espera en esta eurocopa. El mejor jugador de Dinamarca fue sin duda Lars Jacobsen, el lateral derecho, que protagonizó todas las jugadas de ataque con peligro de Dinamarca, desgraciadamente poco ayudado por un terrible Rommedahl que pide a gritos la jubilación. El duelo de Jacobsen y Coentrao fue apasionante, ya que ambos tenían que atacarse y defenderse en ambos campos, ante la desaparición de sus compañeros de banda (Cristiano y Rommedahl).

Fue en una impecable jugada de Jacobsen cuando llegó el primer gol de Dinamarca, al borde del descanso. Un quiebro buenísimo, se mete hacia el centro del campo y parece que cuando ya está muy cerrado, encuentra un pase a Jacob Poulsen que se saca un centro tremendo al segundo palo, donde está Krohn-Dehli que, con la cabeza, asiste a un desatendido Bendtner, que remata a placer. Dinamarca se vino arriba con este gol, pero le faltó mayor seguridad en la posesión, más regularidad, para llegar con peligro constante al área portuguesa. Así se fue consumiendo la segunda mitad. Faltaba en los daneses un hombre de banda, ya que Poulsen no estaba bien y Jacobsen parecía a cada minuto más cansado. Krohn-Dehli ya se había venido al centro y Rommedahl no hacía nada. En Portugal, trataban de salir al contraataque, pero su principal enemigo era Cristiano Ronaldo, perdido en jugadas imposibles y en comportamientos egoístas. El segundo gol de Dinamarca llegó con una nueva penetración de Jacobsen, que con un centro larguísimo encontró la cabeza de Bendtner, poniendo las tablas en el marcador.


Entonces, la rácana Portugal volvió a salir al ataque, por obligación y demostró que tenía más que Dinamarca. Es triste que tirase casi todo el partido por esa falta de seguridad, por no querer llevar la iniciativa en ningún momento. Los últimos 10 minutos fueron portugueses, y eso que tuvieron que hacer frente a más errores de Cristiano Ronaldo. E incluso casi les cuesta la victoria, porque en la jugada del gol definitivo, Varela va a rematar al balón y se encuentra delante a Cristiano, por lo que no puede golpear bien. Tiene la suerte de que el balón se le queda muerto y con la pierna derecha fusila la portería. Era el minuto 86 y Portugal seguía viva, pese a que se volvió a echar atrás los últimos cinco minutos y dio alguna opción a Dinamarca.

En el otro partido, Holanda tiró todo el primer tiempo debido a sus enormes problemas de creación. Es un equipo partido en dos. Quienes tienen que unirlos son Van Bommel y De Jong, dos jugadores que en los últimos años se dedican a destruir más que otra cosa. Como siempre, Van Bommel tuvo que terminar el partido con cuatro o cinco amarillas, pero sólo le pitaron una. Y De Jong, pues a lo suyo también. Es un jugador indigno de Holanda. En el banquillo, Van Marwijk deja a Strootman, el hombre con el que jugó casi toda la fase de clasificación, con resultados admirables. Puede que el de PSV no sea un medio de enorme calidad, pero sí tiene mayor criterio que los dos carniceros que parecen inamovibles en esta Eurocopa.

Alemania tiene los mismos problemas que Holanda. Una pareja de mediocentros demasiado plana y previsible, pero que al menos sí que dan cierto equilibrio. En general, Alemania es un equipo mejor construido. Además, tiene un descorchador ejemplar como Mario Gómez, que metió dos goles para resolver el partido, pero que además se fajó con un esfuerzo físico descomunal, bajando a defender hasta su propia área en jugadas de transición y moviéndose de banda a banda para acompañar los ataques. Impresionante. De no existir el gran Zlatan Ibrahimovic, estaríamos hablando del gran delantero del año. Pero habrá que ver hasta dónde puede llegar Alemania para saber si Super Mario puede ser candidato al balón de oro.

Con dos a cero, Alemania se dedicó a administrar. Y en esas labores tiene a uno de los mejores, Bastian Schweinsteiger, que si bien resta cuando su equipo tiene que ir a por la victoria ante una defensa bien cerrada (Portugal), suma cuando hay que cerrar los partidos, a base de comerse todo el centro del campo y de soltar pases milimétricos de un lado a otro del terreno del juego. El ritmo del partido lo marcó Schweinsteiger, pero su despliegue no tuvo respuesta en el resto de compañeros. Ni Podolski, ni Müller ni Özil están al nivel del mundial. Sí, se ofrecen mucho y no evitan responsabilidades, pero les falta condición física. Temporadas muy largas para ellos. Özil desbordado en el Real Madrid, al igual que muchos de sus compañeros (solo hace falta ver cómo están Xabi Alonso y Cristiano Ronaldo). Müller, entre lesiones, terminó jugando dos finales y disputando la Bundesliga casi hasta la última jornada. Y Podolski vivió el drama del descenso con el Colonia. Es una pena que Löw no pruebe todo lo que tiene en el banquillo. Con dos a cero hubiera sido el momento de darle la oportunidad a los Gotze, Reus o Schürrle, pero entraron los más previsibles Kroos y Bender. El primero por Schweinsteiger, que dio una exhibición en la segunda parte, pese a jugar con molestias.


Mención aparte merece el que está siendo uno de los jugadores del torneo, sino el mejor. Mats Hummels es ese central superclase que mejora todo lo conocido hasta ahora. Tiene una enorme calidad técnica, velocidad de delantero y contundencia física de los mejores centrales. Es una demostración de superioridad cada vez que toca el balón. Lo único comparable es el Javi Martínez de sus mejores momentos, como aquel Europeo sub-21 del año pasado en el que parecía que podía ganar solo los partidos. Hummels hace lo que quiere, y tienes la sensación de que podría hacer más de no respetar los modos del fútbol. Pero él construye todas las jugadas de Alemania siempre que recibe.

Pero el poderío y la constancia de Alemania encontró respuesta en la electricidad de Holanda en el segundo tiempo. Van Marwijk dio entrada a Van der Vaart y a Huntelaar por Van Bommel y Afellay en el descanso. Perdió posesión de balón (que había sido inútil en la primera parte) y ganó verticalidad. Pero el juego holandés tiene nombre y apellidos: Wesley Sneijder, ahora mismo el mejor mediocentro del mundo con Andrea Pirlo, que se pasó un año de vacaciones en el Inter, marginado por Gasperini y Ranieri. Sneijder supremo conseguía tirar de una Holanda deficitaria en construcción de juego. Dio toda una lección de pases, de apertura de juego desde la banda izquierda. Todas las ocasiones claras de Holanda fueron por pase o remate de Sneijder. En la jugada del gol, sin embargo, un pase de Sneijder que rompe la presión en el centro del campo alemán, llega a un Van Persie de espaldas al defensa. Con un gran movimiento, Van Persie se gira y en carrera remata desde fuera del área con la diestra. Un golazo del delantero del Arsenal, que hasta el momento estaba impetuoso, pero poco determinante. Mejor, de todas formas, que sus compañeros de ataque Huntelaar y Robben, que terminó siendo sustituido por Dirk Kuyt.

Holanda lo intentó, pero Alemania tenía las cosas demasiado claras. Muy bien asentada en el campo frente al caos orange, que sólo tiraba de un Sneijder superior, pero insuficiente. Pese a la derrota, Holanda todavía tiene opciones de clasificación si gana a Portugal y Alemania hace lo propio con Dinamarca. Los germanos tienen la clasificación en la mano, e incluso perdiendo pueden pasar como primeros de grupo. Lo que veo más lógico es un empate de alemanes y daneses que les daría la clasificación a ambos, ya que no creo que Portugal gane a Holanda.