domingo, 20 de septiembre de 2020

Matxin no puede matar algo que ya está muerto


Del ciclismo sólo quedan las ruinas. Veinte años de mentiras, trampas y sucesos paranormales amparados por la UCI y por periodistas lascivos, ávidos de saquear algo del cadáver (normalmente en forma de libros de anécdotas e historietas). El dopaje existió siempre, pero nunca, nunca jamás, se extiende de forma mafiosa, con el silencio de los medios, como hoy en día. Nunca han existido tantas posibilidades de luchar contra el dopaje y nunca se ha hecho tan poco. Les da igual. Unos pocos viven de ganar millones engañando a empresas que meten su dinero de patrocinio en un deporte muerto, y la mayoría de ese salario se destina a doctores milagro como Michele Ferrari para que les haga una preparación a medida. La mayoría de ciclistas viven en Mónaco o en Andorra, donde no existe una agencia antidopaje, y se concentran en el Teide, donde cualquier prueba antidopaje sería invalidada por la altura y el transporte. A los medios afines, sobornados y corruptos, les dicen que van a esos lugares por la combinación de comodidades y lugares de altura donde entrenar. Es todo mentira.

Y lo peor no es que sea mentira, es que de ser verdad, está tan mal contado el relato que parece mentira igual. Es decir, que el ciclismo ni se preocupa por parecer verdadero. Es un producto falso e indigno. Y cuanto más importante es la prueba, peor. El mejor ejemplo se ha visto en el Tour de 2020, la peor edición de la historia en dura pugna con el de 2016. La mayoría de las etapas han sido una lastimosa pantomima donde se han visto rendimientos imposibles de ciclistas improbables, sospechas de bicis motorizadas, enfermedades súbitas que casi acaban con la vida de algún ciclista y resurrecciones sorprendentes en la tercera semana de ciclistas que ni se sabía que estaban en carrera. Todo tiene una justificación, bajo tópicos tan nauseabundos como "qué duro es este deporte", "este corredor tiene margen de mejora", "hay ciclistas diesel que mejoran en la tercera semana"... Comentarios que podrían grabarse y reproducirse sin fin en cada nueva edición. Algunos son capaces de tragarse cualquier cosa. La mayoría de aficionados al ciclismo. Pero algunos al menos lo vemos con la sospecha necesaria, y otros lo venden como una gloria permanente, como si tuviesen que justificar su amor por un deporte que no necesita de toda esta basura para validarse.

A pesar de todo esto, lo peor estaba a punto de llegar. En la penúltima etapa, contrarreloj a La Planche des Belles Filles (puerto tan asociado al dopaje como Cerler o Hautacam), se vio el bochorno de los bochornos, una de esas cosas que se ve muy de cuando en cuando. Al nivel de Landis en el Tour de 2006 o de Froome en el Giro de 2018, de esas cosas que nada más verlas se te viene la palabra dopaje a la boca. Y eso es lo que fue lo de Tadej Pogacar en esa ascensión irreal, igualando registros del Alberto Contador pre-solomillo, en el último día de la carrera. La bestialidad de Pogacar es tal que quitó casi un segundo por kilómetro al segundo clasificado, Tom Dumoulin, que se fue a 1:21, mientras que el líder de la carrera, Primoz Roglic, se dejó 1:56. La mayoría se han centrado en el bajo rendimiento de Roglic para explicar la pérdida del liderato. Hace dos años, el esloveno también perdió un podio que tenía al alcance en el Tour en la contrarreloj final. Aún aceptando que Roglic no tuvo su mejor día, lo de Pogacar es de extraterrestre. De dopado.

Y frente a esta evidencia, siempre hay los nostálgicos, los vendehumos que tratan de justificarlo. Diciendo que es un chico joven, que nada tiene que ver con el ciclismo anterior, que arrasa desde juveniles... la misma cantinela de siempre, como lo de Contador y Valverde. Y siempre, siempre, siempre pasa lo mismo. Y siempre hay miles de fanáticos diciendo que esta vez hay que creer. Por una vez podríamos decir que no, que nos plantamos y que ya está bien de aguantar esta basura. Y a Pogacar no hay quién se lo crea. No sólo por él, que no dudo que sea un ciclista competente y prometedor. Pero siempre que llega a meta, la persona que está esperando para abrazarle es Joxean Fernández, Matxin, uno de los mayores dopadores de la historia de este deporte. Nada que haya tocado Matxin se ha librado del dopaje. Algún ser nauseabundo de esos que pululan por las redes y que se creen este nuevo atentado al ciclismo, te dirán que Matxin tuvo la "mala suerte" de tener a ciclistas malos a su cargo, que cayeron en las redes del dopaje y que él no es más que una víctima.

Matxin comenzó como director deportivo en el equipo de promesas del Mapei (actual Quick Step) a principios de este siglo. Era un equipo con varios corredores que en los años siguientes se harían un nombre como figuras del ciclismo: Fabian Cancellara, Filippo Pozzato, Allan Davis o Michael Rogers. Todos ellos acabaron vinculados con Michele Ferrari, o en su defecto, con Eufemiano Fuentes. Pero más allá de esas "vinculaciones" o hechos que no se pueden probar, destaca por encima de todos un corredor: Patrick Sinkewitz, la joven estrella alemana, llamado a convertirse en el nuevo campeón alemán tras el juguete roto de Ulrich y que tras hacer un par de carreras prometedoras acabó teniendo el dudoso honor de ser el primer corredor sancionado por doparse con hormona del crecimiento. Fue en 2011, después de haber sido sancionado ya anteriormente por dopaje con testosterona. El problema del dopaje no es solo la trampa y el daño que hace al deporte, sino que convierte a los ciclistas en drogadictos, en dependientes de sustancias que mejoran su rendimiento deportivo.

Para cuando estos "jóvenes talentos" ya empezaban a ganar en profesionales, Matxin ya había volado a su nuevo destino, el Vini Caldirola, un equipo italiano de segunda categoría para el que reclutó a Stefano Garzelli ya en decadencia, a alguna momia como Bortolami, a Romans Vainstein al borde de la jubilación (alguien capaz de disputarle a Astarloa el haber sido el campeón del mundo más inverosímil de la historia) y a un joven David de la Fuente, que a partir de entonces acompañaría a nuestro protagonista a lo largo de toda su trayectoria, hasta acabar en un equipo turco de serie Z.

Matxin siempre tuvo una relación de amor/odio con los italianos, y tras una temporada extraña consigue formar su propio equipo gracias a una incauta compañía fabricante de calderas llamada Saunier Duval, asociada desde ese triste encuentro al dopaje tanto como los Borbones a la hemofilia. En aquel dream team de la mejora del rendimiento deportivo gracias a elementos exógenos se dieron cita ciclistas rebotados de la ONCE de Manolo Saiz, como Beloki y Cañada, además de auténticos toxicómanos de sobra conocidos como Juanjo Cobo, Tino Zaballa, Miguel Ángel Martín Perdiguero, Chris Horner y Leonardo Piepoli, uno de los más célebres, tanto dentro como fuera de la carretera. Con los años se fueron sumando otros nombres "intachables" como Gómez Marchante, Koldo Gil, David Millar, Riccardo Ricco, Christophe Rinero o Iban Mayo, todos ellos vinculados íntimamente con el dopaje. Otra de las tácticas habituales de Matxin es fichar a veteranos para que enseñen el oficio (de doparse) a ciclistas muy muy jóvenes. De ahí que diera sus últimas oportunidades a dinosaurios como Andrea Tafi, Iñigo Cuesta, Ángel Edo o Gilberto Simoni para acompañar en sus primeros pasos como ciclistas a Arkaitz Durán (el primer ciclista en pasar de junior a profesional sin pasar por amateur, a lo Evenepoel), Raúl Alarcón (¡sí, debutó con Matxin) o Geraint Thomas, otro inverosímil vencedor del Tour tras su transformación de clasicómano a ganador en Alpe d'Huez.

Tras tres años de resultados imposibles, de corredores que en una carrera se arrastraban y en la siguiente volaban, y sobreviviendo milagrosamente a la Operación Puerto, llegamos al año 2008, temporada importante en la trayectoria de este dopante impenitente que es Matxin. A principios de aquel año, el Tour impidió a Astana tomar parte en la salida de la carrera, por lo que el equipo tuvo que cambiar su temporada a marchas forzadas y así su mayor estrella, Alberto Contador, corrió y ganó el Giro de Italia, viniendo de la playa. La "playa de Madrid", en feliz acepción del dopado Riccò, que bien sabía que esos rendimientos súbitos no se preparaban en una playa, o al menos no en las playas que todos conocemos. Riccardo Riccò quedó segundo en un Giro alucinante en el que un marciano de un equipo de dopados italianos llamado Emmanuele Sella ganó tres etapas dando las mayores exhibiciones en montaña que se han visto nunca. Al poco, Sella dio positivo por una nueva sustancia llamada CERA, un derivado de la EPO hasta entonces indetectable. Esto debería haber frenado las aspiraciones de Matxin, pero quizás picado (ejem) por haber perdido el Giro contra Contador, decidió ir al Tour con todo, a hacer historia. Y vaya si la hizo.

En la novena etapa, Riccò, un buen escalador con un punch final importante, sorprende a todos los favoritos con un ataque sideral, a lo Pantani, que nadie puede seguir. La exhibición es tal que el pequeño italiano se convierte en el gran favorito. En una carrera sin el Astana, en los años de plomo del ciclismo, algunos propagandistas ven en Riccò una oportunidad de vender este deporte miserable, entre ellos el comentarista de TVE Carlos de Andrés, que habla de Pantani resucitado entre exclamaciones y sudores. Al día siguiente, son Piepoli y Cobo quienes dan la campanada con una exhibición a dos en Hautacam, la montaña del dopaje que vio las exhibiciones más exageradas de Indurain, Riis o Armstrong. Sin oposición y con Riccò secando los ataques de los favoritos, sacan una minutada a todos los aspirantes y colocan a Saunier Duval como el equipo dominador de la carrera. Los seis primeros corredores en llegar a meta aquel día (Piepoli, Cobo, Frank Schleck, Kohl, Efimkin y Riccò) acabaron siendo sancionados por dopaje. Hautacam sólo ha vuelto a subirse una vez en los últimos doce años.

Pero la sorpresa salta un par de días después. En los controles realizados se descubre que Riccò da positivo por CERA y es inmediatamente expulsado de la carrera. Haciéndose el indignado, Matxin decide retirar a todo el equipo, haciendo rápidamente las maletas antes de que la policía francesa pueda hacer una redada y acabar con sus huesos en el calabozo. Durante el Tour, el fabricante de calderas anuncia que deja el patrocinio. Demasiado tarde, quedará asociado toda la vida al dopaje, como Kelme, Liberty Seguros o la ONCE. Un par de días después se conoce el positivo de Leonardo Piepoli por la misma sustancia en un control realizado tras su triunfo en Hautacam. La victoria pasa a Juanjo Cobo, al que no habían realizado la prueba antidopaje. Pese a todo esto, Matxin consigue vender su banda farmacéutica a la empresa de bicicletas Scott y el equipo sigue adelante, para tener diferentes nombres en los años siguientes (Fuji, Footon, Sevetto), en los que Matxin sigue el mismo modelo de siempre, combinar momias del dopaje (Nardello, Jofre) con jóvenes talentos (Kiserlovski, Intxausti, Felline, Brandle), además de los de siempre, los Cobo, De la Fuente, Durán, Cañada y demás. Son años en la sombra, con el equipo malviviendo y ganando pocas carreras y de poca entidad. Había que esperar a que pasase el escándalo, que el foco se derivase a otra parte.

Habría que esperar hasta 2011, cuando este Nosferatu del ciclismo monta un equipo de medio pelo en la segunda categoría Pro Continental, pero consiguiendo atraer a dos estrellas en decadencia como Sastre y Menchov (rivales acérrimos en muchos Tour), manteniendo así el bloque de habituales con Cheula, Cobo, De la Fuente, Durán, Valls, que lo acompañaron prácticamente en toda su vida deportiva, además de algunos dopados de renombre como David Blanco o Fabio Parra, porque con Matxin nada puede parecer medianamente limpio. Siempre tiene que ser sucio e infecto, de arriba a abajo. El equipo se desempeña algo mejor que años anteriores, con la etiqueta de equipo batallador que siempre acompañó a otras escuadras famosas por su dopaje, como el Kelme, el Xacobeo o el Euskaltel, y gracias a eso consigue una invitación para la Vuelta a España, que no había escarmentado lo suficiente con lo de Ezequiel Mosquera el año anterior. Así que Matxin se presenta en la Vuelta con un equipo dispuesto a dar color a las escapadas y con un Menchov para rascar una buena posición en la general. Pero claro, en Matxin todo es bochornoso y va, y aparece un Juanjo Cobo estelar y gana la carrera dando una exhibición, imponiéndose a otro monstruito de laboratorio, surgido de la nada gracias a una enfermedad fake, llamado Chris Froome. El británico acabaría convertido en uno de los mejores vueltómanos de la historia y Cobo en alguien con serios problemas con el alcohol y las drogas, acabando su carrera en un equipo turco que lo despide por bajo rendimiento. Diez años después, a Cobo le quitarían el título por un dopaje que todo el mundo sabía, pero nadie con voz en el mundo ciclista denunció. La noticia de la pérdida del título se dio con normalidad funcionarial, como si no fuese extraño que el campeón de una de las grandes carreras fuese desposeído de su título. Ningún periodista consiguió declaraciones de Cobo al respecto. Seguramente ni lo intentaron.


Pese a este éxito que nadie con un poco de conocimiento se creyó, Matxin no consiguió mantener al equipo. Cobo consiguió engañar al Movistar por un contrato, otros de sus pretorianos acabaron en Portugal, Menchov hizo buena la cuota racial en Katusha y Sastre se retiró. Matxin no volvería al ciclismo hasta 2013, cuando Giuseppe Saronni lo contrata a la desesperada para salvar a un Lampre decadente. Era un equipo con jóvenes prometedores como Conti, Bonifazio, Wackermann o Polanc, a los que Matxin rodea de algunos veteranos dopados, viejos conocidos suyos, como Pozzato o Horner. Sí, la gran idea de Matxin fue traer a la vieja momia de 43 años que venía de ganar una Vuelta a España aún más robada que la de su pupilo Cobo. Matxin acaba a palos con Saronni y se va al Quick Step de Lefevere como scouting de promesas, en unos años donde el equipo de desarrollo, el Klein Constantia, funciona muy bien. De ahí salen Iván García Cortina, Max Schachmann, Enric Mas, Remi Cavagna o Jhonatan Narváez, todos ellos actualmente en equipos World Tour y con victorias profesionales.

Pero viejos amores nunca mueren y el veterano Saronni, emprendiendo una nueva aventura empresarial en los Emiratos Árabes, y tras unos años donde su equipo es sinónimo de fracaso, temiendo perder el apoyo de los petrodólares, llama de nuevo a su "odiado" Matxin. Y este acude a la llamada para transformar a un equipo que es como un Frankenstein que ficha a corredores a golpe de talonario sin brújula alguna. El UAE, como se llama el invento, es conocido porque todas sus estrellas bajan el rendimiento anterior que habían tenido en otros equipos: Kristoff, Gaviria, Dan Martin o Fabio Aru no conseguirán alcanzar el nivel anterior, pese a algunas victorias importantes. Pero Matxin empieza a planificar, y va fichando a jóvenes promesas, en edades muy tempranas. Así caen Pogacar, Philipsen, Ivo Oliveira, Ardila, Bjerg, McNulty... combinándolos sabiamente a la manera Matxin con algún veterano sabio en las viejas artes ciclistas como Marcato o Richeze, además del colombiano de hematocrito saltarín Sergio Henao, alguien hipotecado para el ciclismo profesional y que justo va a encontrar su sitio junto a este "genio" de la planificación deportiva.

Y así es como nueve años después de lo de Cobo, un año después de que le quitaran la gloria, casi como venganza, Matxin vuelve a escupir sobre el ciclismo. No es un joven prometedor llamado Tadej Pogacar el que ha ganado. Es un pupilo del tramposo Matxin quien lo ha hecho. No hay lugar a equivocos. No hay lugar para personajes como este, hasta arriba de casos de dopaje. Desde hace años, cualquier contacto que un ciclista tenga con Michele Ferrari es considerado como dopaje. Es una vergüenza que no hagan lo mismo con Matxin. Toda su vida deportiva está atravesada por el dopaje. Creer en la inocencia de Matxin es como meter dinero en el próximo timo piramidal de la familia Ruiz Mateos, como confiar en una empresa de Mario Conde. Ningún ciclista bajo su mando es inocente. Todos tienen que saber quién es. Si Pogacar quiere ser un campeón, tiene que hacerlo alejado de ese director deportivo. Cualquier triunfo que consiga con Matxin debe ser considerado automáticamente por todos los aficionados como dopaje.

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