jueves, 2 de febrero de 2012

Apologías del sufrimiento

El pasado lunes, el diario El País publicó un artículo en el que se describía de manera épica el enfrentamiento de Djokovic y Nadal en la final del Abierto de Australia de tenis. En él, se destaca por encima de todo, unas terribles declaraciones del serbio, ganador del torneo: "Te sangran los dedos y disfrutas del sufrimiento". El resto del artículo sigue la misma línea, añadiendo más declaraciones de Djokovic y otras de Nadal. El tenista español habla de correr, de luchar, de llegar al límite y, por supuesto, también de sufrir, con otra frase escalofriante: "he sufrido disfrutando".

En todo el texto no se hace referencia a un sólo gesto técnico, ni del estilo de ambos tenistas. Simplemente se apela al gigantesco, épico, sobrehumano derroche físico que los dos deportistas mostraron durante casi seis horas en el Rod Laver Arena de Melbourne. Más aún, no sólo el despliegue físico, sino el dolor y la sangre, y el placer que Nadal y Djokovic encontraron en ello.

Esto dice bastante de hacia dónde se ha dirigido y se dirige el deporte en estos últimos años. En todas las disciplinas, lo que venden los medios y lo que se educa a los aficionados es que lo importante no es alcanzar la excelencia técnica ni la perfección estética. No, lo importante es tu capacidad para sufrir, para aguantar el dolor y para convertir estos inconvenientes en una nueva fuente de gozo. Este invento se hizo necesario en el tenis para anteponer la figura de nuestra estrella nacional Rafa Nadal frente al gran dominador del tenis mundial, Roger Federer. Mientras el suizo es un fino estilista de la raqueta, con un repertorio inacabable de empuñaduras de raqueta y de golpeos, y capaz de llevar la pelota a los ángulos más increíbles, Nadal era el corredor de fondo, el que llegaba a todos los golpes, el que se superaba a sí mismo devolviendo todas las bolas hasta volver loco a sus rivales. Nadal, el chico normal que con esfuerzo y superación, con horas y horas de entrenamiento, sufriendo, llorando y sangrando, consiguió derrotar al superdotado y arrogante Federer, un deportista tan perfecto que no se molestaba en correr. Ése es el mensaje que nos vende a diario la prensa.

 El último invento de Nadal y su club de admiradores (que domina toda la prensa española) es que Federer se aprovecha del trabajo de los demás. Desde hace años, muchos tenistas vienen exigiendo a la ATP un cambio en el calendario de los más importantes torneos. Un calendario más racional y que permita un mayor descanso a los tenistas. A principios de este año, Rafa Nadal atacó a Roger Federer por no sumarse a las críticas, diciendo que él se aprovechaba de las quejas de los demás para, encima, quedar como un gentleman. Nadal, al que siempre venden como un tenista al que solo vencen cuando tiene molestias o está lesionado, es un tenista que basa todo su juego en su optimización física. Obviamente, tiene buenos golpes, pero el factor diferencial radica en su capacidad física, su habilidad para devolver las pelotas más difíciles y para correr de un lado a otro de la pista durante varios juegos consecutivos. Desde ese punto de vista, es complicado, por no decir imposible, que su carrera deportiva se alargue en el tiempo debido a la acumulación de torneos, una concentración que se vuelve dramática en los meses de abril, mayo y junio, que es cuando se disputan los torneos más favorables al tenista mallorquín, aquellos que se disputan en tierra batida.

Pero sería injusto centrar toda esta problemática en el ejemplo de Rafa Nadal, que no deja de ser uno de los últimos productos de una filosofía deportiva que existe en España desde hace muchos años. No sólo en lo deportivo, puesto que podríamos aplicarlo a toda una forma de pensar de la sociedad española, fomentada desde los tiempos de la dictadura, según la cuál, todos los males de España se deben a factores externos y a nosotros, los españoles, únicamente nos queda sufrir y salir adelante. En el deporte, esto se manifiesta perfectamente en el fútbol, donde durante años España perdió por culpa de los árbitros (y para comprobarlo no hay que irse muy atrás en el tiempo, basta recordar el esperpento que se montó por la derrota ante Corea en el Mundial de 2002). Durante décadas, España, ante su clara falta de nivel internacional, oponía fuerza, agallas y, lo mejor de todo, "cojones". De ahí nació la famosa Furia. Hoy lo vemos como algo del pasado, con una selección que ha ganado la Eurocopa y el Mundial de fútbol de manera consecutiva, pero a la mínima que hay un revés, un resultado poco favorable, no tarda en aparecer un oportunista reclamando más arrojo, más sacrificio y, eso, más testosterona.

Esto se hace extensible a todos los deportes. Una de las escenas que jamás se borrará de mi memoria es la de Valentí Massana en los Juegos Olímpicos de 1996, en Atlanta, donde consiguió la medalla de plata en la disciplina de 50 kilómetros marcha. Massana daba la vuelta de rigor al Estadio Olímpico, ondeando la bandera, al tiempo que se detenía para vomitar. El hilo de vómito que colgaba de la comisura de los labios de Massana mientras reía por su recién conseguida medalla olímpica puede resumir perfectamente la visión que se tiene en España del deporte de alta competición. La marcha olímpica ha sido siempre un vivero de medallas para España. Mientras los países más desarrollados y que mejores políticas deportivas han aplicado en los últimos años se disputaban las disciplinas más técnicas, España disputaba la marcha atlética frente a países como China, Rusia, Ecuador, Guatemala o Mexico. Esta es la realidad. La educación y el aprendizaje técnico frente a la fuerza bruta y la capacidad de sufrimiento.

Y no pretendo culpar a los deportistas. Bastante tienen Rafael Nadal y Valentí Massana no sólo con sufrir, sino con disfrutar haciéndolo. Es un problema de psicología colectiva. Algo que existe a todos los niveles de nuestra sociedad. Desde las políticas institucionales hasta el vocabulario que utilizan los medios de comunicación. Fórmulas como "victoria agónica" o "sufrió para ganar", están marcadas a fuego en nuestro lenguaje cotidiano, y en cierta manera influyen claramente en nuestra manera de pensar el deporte. A un nivel profesional, ya no es visto como algo saludable o como algo bello, sino como un inconveniente. ¿Cómo explicar la proliferación, especialmente en España, de deportistas asmáticos? Tenemos al fondista Alberto García, que fue campeón de Europa de 5000 metros hace diez años, que declaraba haber superado gracias al entrenamiento y a sufrir mucho, sus problemas de asma. Sin embargo, en el año 2003 fue sancionado por consumo de EPO. Y con mayor dramatismo ocurre en el ciclismo (que será el tema central de este blog aunque apenas se nombre en este primer post), donde la Unión Ciclista Internacional otorga certificados médicos a deportistas asmáticos para que puedan medicarse con productos que en condiciones normales estarían prohibidos. Uno de ellos era el ya retirado Óscar Pereiro. Pero más allá de las trampas que muchos deportistas puedan hacer para beneficiarse de esta excepción, ¿cómo se puede justificar que una persona asmática, aún bajo medicación, corra una carrera profesional en el que a ritmos infernales se ascienden montañas de más de dos mil metros de altura?

A este grado de estupidez hemos llegado con la política de que con esfuerzo y sufrimiento todo se consigue. Ya sé que es una pena que muchas personas que han soñado toda su vida con ser deportistas profesionales, no puedan llegar a conseguirlo por problemas físicos o porque no tienen la calidad suficiente. Pero es que en este proceso democratizador del deporte (y de casi cualquier disciplina profesional, véase el caso del ínfimo nivel que está alcanzando la política española) tiene que haber un límite. Lo vemos en el fútbol y el vertiginoso descenso de calidad técnica de los jugadores, en favor de deportistas rocosos y veloces. Cada vez se defiende menos la habilidad con el balón y la capacidad de pensar en pocos segundos, y más el despliegue físico, la presión, casi como si el fútbol fuese un deporte como el boxeo. Así, los medios de comunicación y los aficionados, influenciados por los medios, han convertido en héroes a jugadores como Pablo Alfaro. O más recientemente, Pepe.

 Este es el mal endémico del deporte español, que además, gracias a veinte años de éxito (gracias a la proliferación de "doctores milagro") a nivel internacional, se ha ido extendiendo a otras nacionalidades. Mientras siga teniendo éxito y mientras sigamos mirando hacia otro lado cuando la realidad nos quite la razón, el deporte español seguirá muriendo poco a poco, nublado por sus sueños de grandeza. Sirva este primer post como manifiesto de una postura respecto al deporte que espero poder defender en los siguientes meses, aunque trataré de ceñirme más a acontecimientos deportivos concretos y no a temas tan etéreos. Mi interés se centrará especialmente en mis deportes favoritos: el ciclismo, el fútbol y el baloncesto, aunque trataré de cubrir otras disciplinas siempre que la ocasión lo merezca.

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