lunes, 6 de febrero de 2012

Una sanción de manual que llega año y medio tarde


Hoy ha terminado una de las historias más lamentables de la Historia del ciclismo. Con año y medio de retraso, Alberto Contador ha sido sancionado por dos años a causa de su positivo por Clembuterol en el Tour de 2010. Sí, un año y medio después. Todo comenzó con varios meses de oscurantismo y negociaciones en secreto entre la UCI y Contador, donde es mejor no saber de lo que se habló. Finalmente, tras algunas filtraciones, el propio Contador lo hizo público en septiembre, justificando el positivo en una imposible contaminación alimentaria. Desde entonces, se ha visto lo peor de la sociedad española, todo en defensa de su héroe. Sobre esto me gustaría volver en otro artículo futuro, así que no comentaré mucho. El clientelismo político y manipulación mediática convirtieron a Contador en una víctima de las malvadas corporaciones internacionales que, como dije en el primer post de este blog, para los teóricos de la conspiración siempre quieren hacer daño a España. Contador, que había estado en los equipos de Manolo Saiz, de Giuseppe Martinelli (manager de Pantani), Johann Bruyneel y Bjarne Riis, es decir, lo más sospechoso de este deporte, era inocente de todos los cargos. Todos los medios de comunicación apoyaban al héroe. Todos los partidos políticos. Ya no era cuestión de silencio cómplice, sino de apoyo descarado y manipulación. Tanta, que al final la Real Federación Española de Ciclismo, intervención del ex-presidente Zapatero mediante, terminó absolviendo al ciclista.

Pero está claro que semejante cacicada, propia de los peores países tercermundistas no iba a quedar impune. A la UCI, que es un organismo corrupto hasta las cejas, no le gustó nada la decisión. No por Contador, al que le gustaba ver libre, porque era una inagotable fuente de dinero, sino por su pérdida de poder respecto a la federación española. El recurso no fue un intento de castigar al ciclista, ni tampoco por saber la verdad, fue simple y llanamente el intento de la UCI de ganar una guerra de poder.

Y así, estos últimos meses han sido los más esperpénticos. Medios, políticos y compañeros hablaban de “lo de Contador”. Ya ni había narices a llamarlo por su nombre. La palabra positivo, desterrada. Era, según ellos, un proceso injusto, una persecución, un linchamiento. No había base para sancionar al héroe español. ¿El positivo? Nada, una cosita. ¿Su trayectoria en los equipos más criminales de la Historia del Ciclismo? Un error. Estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Hasta en cuatro ocasiones. Lo importante no eran las pruebas ni los indicios, lo fundamental era la fe. Creer en ese ciclista simpático, humilde, que conocía las desgracias de la vida.

Pero hay ocasiones, muy pocas, donde ni la mayor de las manipulaciones puede con el peso de la evidencia. Y en este caso, con un jurado independiente, sin patriotismo de por medio, e incluso con sospechas de que un juez podría tener simpatías hacia Contador, el caso se ha cerrado como debería haber concluido hace ya año y medio. Dos años de sanción. Lo contrario hubiera sido crear un precedente legal, una posibilidad para que los tramposos tuvieran una vía de escape.

Sin embargo, la noticia no es del todo feliz para el ciclismo, ya que unos días antes se supo que la investigación de los Estados Unidos contra Lance Armstrong no iba a continuar porque no encontraban evidencias de dopaje. Esto puede sonar a tomadura de pelo en un ciclista que todo, tanto pruebas como evidencias, señalan como uno de los que instauró el dopaje como práctica común en el pelotón profesional. Ocho ediciones del Tour secuestradas por este personaje (sus siete victorias y la que consiguió Contador en 2009). Pero no sólo por su imposible rendimiento y el de todo su equipo (mayormente ciclistas que jamás habían hecho ni hicieron nada en el ciclismo internacional, pero se transformaban en superhombres bajo la protección del texano) durante una década, sino por sus relaciones con los médicos más sospechosos de este deporte, sus concentraciones en los centros mundiales de dopaje y su discutible relación con la Unión Ciclista Internacional, a la que realizaba regalos vete tú a saber a cambio de qué.

Lo que quiero decir es que la sanción a Contador debería ser el inicio de algo. Debería obligar a que nos replanteásemos nuestra política deportiva. Que España comenzase a pensar en educación y salud, y no tanto en heroísmo, sufrimiento y victorias épicas. Volver a empezar desde cero. Perseguir a los entrenadores y médicos milagro. Iniciar investigaciones para descubrir las redes de dopaje, sin dejarnos llevar por la manipulación mediática y el oportunismo político (como hizo Rubalcaba con la Operación Galgo). El primer paso debería ser dar mayor independencia a la fiscalía del Estado, pero viendo lo que ha pasado con el reciente caso de Francisco Camps, dudo que esto se lleve a cabo.

Todo lo del anterior párrafo es un deseo, ingenuo y poco realista. La verdad es que España continuará siendo el paraíso del dopaje. Donde los deportistas tramposos siguen siendo vistos como víctimas del enemigo extranjero. Es increíble como siglos después, España sigue teniendo las mismas taras históricas, incapaz de aprender de sus errores del pasado. Y tampoco es cuestión de demonizar el dopaje. Si has dado positivo, pues sanción y ya está. Hay muchísimas circunstancias en las que alguien se puede dopar. Muchas veces hay detrás circunstancias económicas y psicológicas, presiones externas que te obligan a que tu rendimiento sea perfecto. Pero lo peor es no reconocer el error. Lo peor es el silencio. Permitir que la rueda del dopaje siga girando.

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