domingo, 26 de febrero de 2012

Cavendish sigue creciendo


El ciclismo contemporáneo está cada vez más controlado por la preparación específica y el trabajo de los equipos. Los corredores se preparan meticulosamente para determinadas carreras, cada vez más lejos de aquellos tiempos en los que se hacía todo el calendario y donde los ciclistas querían ganar siempre. Esto lo vemos en el Tour, en el que ya es normal ver cómo un grupo de 40 o 50 corredores supera tranquilamente un puerto de paso de categoría especial. En las clásicas belgas pasa algo parecido. Cada vez más corredores llegan con opciones al final. En estas carreras, las mayores dificultades están a más de 30 kilómetros de meta. Hace años, la extrema dureza durante más de 100 kilómetros de lucha y ataques hacía que sólo los mejores y con más suerte pudiesen no ya disputar la victoria, sino llegar a meta. El miedo de los organizadores es que sus carreras se conviertan en sprints masivos. La Lieja-Bastoña-Lieja ha ido previniendo esto desde hace unos años, incluyendo nuevos desafíos entre la mítica ascensión de La Redoute y la meta en Lieja. Incluso estos últimos años ha terminado en alto. Pero esto ha provocado que La Redoute se convierta en intrascendente, traicionando la enorme historia que acompaña a las durísimas rampas de esta cota. Para hacerse más exigente, para evitar los sprints, la Lieja debe traicionar su decisión. El Tour de Flandes ha sido presa del mismo miedo este año e incluirá nuevas ascensiones más cerca de meta. Una decisión controvertida, especialmente si tenemos en cuenta que la pasada edición fue una de las más disputadas y espectaculares de los últimos años.

En el lado opuesto, tenemos carreras que se han convertido en pasto de los sprints. Pruebas como Scheldeprijs, Paris-Bruselas o incluso la Milán-San Remo son extrañas si no se resuelven con un sprint. Lo mismo le pasa a la Kuurne-Bruselas-Kuurne, la bella carrera que se disputa por todo el Flandes Occidental, atravesando plazas míticas del ciclismo como Oudenaarde (donde terminará este año el Tour de Flandes), Nokere Harelbeke, Kortrijk o la propia Kuurne. La distancia que separa la última dificultad en Nokere y la meta en Kuurne es de más de 50 kilómetros, un cuarto de la prueba. Además, toda la parte final de la carrera tiene lugar por carreteras demasiado anchas, lo que facilita el trabajo de los pelotones.

Así, el discurrir de la clásica consiste en tratar de evitar el sprint, pero al igual que en una etapa llana del Tour, los valientes tienen todas las de perder. En esta edición de la K-B-K se consiguió formar un grupo de gente muy válida con Van Avermaet o Boonen, que llegaron a tener casi un minuto sobre el pelotón. Sin embargo, el grupo era demasiado amplio y no hubo acuerdo. Además, había dos hombres de Sky (entre ellos Flecha, protagonista ayer con Boonen) que no trabajaban, ya que Cavendish iba haciendo todo lo posible por aguantar por detrás. El inglés atravesó los muros con extrema dificultad, dirigido por su inseparable Bernhard Eisel, que al igual que el campeón del mundo, pasó del desaparecido HTC al superequipo inglés de Rupert Murdoch.

Parecía que el objetivo de la carrera era ponerle las cosas difíciles a Cavendish. Impedir lo inevitable. Tanto es así que, en la última ascensión, el Nokereberg, fue el propio Greipel quien atacó para tratar de cortar a Cavs. Pero el esfuerzo de Eisel y el resto del Sky permitió a su líder regresar al grupo. Quedaban 50 kilómetros y un impresionante Sky lideraba el grupo con sus ocho representantes. Permitió una pequeña escapada en la que iba Sylvain Chavanel, pero nunca tuvieron más de un minuto. A falta de 7 kilómetros, los escapados eran neutralizados y ya en las calles de Kuurne, el Sky puso el tren para dejarle la carrera de cara a su sprinter. Cavendish, ataviado con el jersey de campeón del mundo, no falló. El sprint fue limpio y con una recta larga. Atacó en los últimos 200 metros y barrió a sus rivales. El único que estuvo cerca de él fue Yauheni Hutarovich, que si bien estuvo siempre a la rueda del británico, nunca tuvo la más mínima opción de meterle rueda. Tercero a mucha distancia, Kenny Van Hummel, que siempre se mete en las llegadas y cuarto Arnaud Demare, la joven promesa francesa que ganó una etapa en el Tour de Omán, justo el día en el que Cavendish tuvo una aparatosa caída. Greipel, que empezó el sprint adelante, pronto se vio que no podría con su gran enemigo inglés y terminó en décima posición.

Está claro que la Kuurne-Brussel-Kuurne es una prueba de sprinters. Y tampoco está mal que eso sea así, aunque quizás podrían plantear algunas dificultades más para que sus victorias no sean tan claras y rotundas. Para que hubiera mayor disputa y que los últimos cuarenta kilómetros no fuesen como los de una intrascendente etapa del Tour. No se trata tampoco de poner una cota dificilísima en el último kilómetro, porque entonces será una carrera mucho más aburrida con diez minutos de diversión. Ni siquiera hacen falta más ascensiones, sino buscar carreteras más pequeñas, tratar de mermar el control que ejerce el pelotón... hay muchas opciones para impedir que una carrera no se convierta en un monólogo de llegadas masivas. Ni aumentar exageradamente el nivel de dureza (como hacen Flandes y Lieja) ni convertirlo en etapas intrascendentes de una gran vuelta. Aunque tampoco hay que ser exagerado, pues en la K-B-K se vieron cosas interesantes, si bien todas ellas lejos de meta. El día soleado tampoco ayudó en una prueba que acostumbra a disputarse en condiciones atmosféricas mucho más desfavorables.

Tampoco habría que desdeñar la madurez de muchos sprinters que se plantean ganar este tipo de carreras. Hace unos años, Cavendish ni se hubiese planteado subir el Oude Kwaremont. El americano Tyler Farrar dice ser un enamorado de estas carreras, tanto es así que se ha ido a vivir a la zona y sueña con ganar algún día alguno de los grandes monumentos. Por su parte, André Greipel, velocista de manual con un cuerpo gigantesco y todo músculo, ganó el año pasado una gran etapa en Los tres días de la Panne, atacando y arrasando en una llegada nada ortodoxa. Y también el año pasado, Matthew Goss aguantó el ritmo de los mejores corredores del mundo en la Milán-San Remo y les pudo ganar en el final. Es decir, que el concepto de sprinter puro puede que se diluya poco a poco. O quizás es un mero acto de supervivencia. La aparición de Cavendish demostró que muchas bestias de la pista podían dar exitosamente el paso a carretera, siempre que tuvieran un equipo a su disposición. Así, cada vez aparecen más velocistas natos, cada vez más jóvenes. Marcel Kittel es la gran sensación. Ante esta eventualidad, es posible que los Cavendish, Farrar o Greipel piensen en ampliar sus capacidades y enfrentarse a otro tipo de carreras menos adecuadas a sus características. Bienvenido sea.

Con esta victoria de Cavendish, que ya tiene en su palmarés tres Scheldeprijs y una K-B-K termina el primer fin de semana de gran ciclismo belga. El próximo fin de semana se disputan otras dos carreras en esta zona: Los tres días de los Flandes Occidentales y la Flecha Flamenca, carreras menores que suelen ir a ciclistas de segunda línea, pero muy disputadas por los equipos flamencos continentales. Además, las grandes estrellas del calendario de clásicas estarán disputando la ultrapublicitada Strade Bianche, la prueba italiana de RCS que se disputa sobre varios tramos de tierra. La organización la vende como la París-Roubaix italiana, pero las ediciones disputadas hasta el momento han sido bastante aburridas y solo realmente disputadas en su último kilómetro mortal. Philippe Gilbert será el claro favorito.

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