miércoles, 21 de marzo de 2012

La Milan San Remo se queda en Australia


El pasado domingo se celebró la Milán-San Remo, una de las mejores clásicas de la temporada. En España, esta carrera centenaria que tiene en su palmarés a los mejores corredores de la Historia, es siempre despreciada con la excusa de que es una carrera "para sprinters", como si ser el mejor velocista del mundo tuviese menos mérito que ser escalador. En este país nuestro siempre se ha llevado el prototipo de ciclista cabestro que sube puertos por lo civil o por lo criminal (ya me entienden), de ahí que en sus 103 ediciones, solo dos ciclistas españoles hayan conseguido la victoria. El resto ni ha podido soñar con ella. Miguel Poblet ganó dos ediciones y quedó segunda en otra, todo en tres años consecutivos, de 1957 a 1959. Casi medio siglo después, el gran Óscar Freire consiguió una victoria agónica ante Erik Zabel, que alzó los brazos antes de tiempo y el cántabro le adelantó en la línea de meta. Fue 2004 y Freire repitió en 2007 y 2010.

La de 2007 fue la última vez en la que la San Remo acabó en la Via Roma. A partir de 2008, debido a unas obras en la avenida que recibía a los corredores, la clásica termina en el más feo Lungomare Italo Calvino, que parece una calle de aparcamientos de un paseo marítimo. Además, protegido a ambos lados por las banderas, da menos luminosidad a la llegada. Este cambio ha provocado también que el recorrido aumente en cuatro kilómetros, lo que hace que haya más terreno llano desde el final de la bajada del Poggio, la última dificultad antes de afrontar la meta. Quizás para compensar esto, la organización ha introducido una ascensión más en la carrera, antes de afrontar las clásicas subidas a la Cipressa y al Poggio. Se trata de La Manie, situada a más de noventa kilómetros de la llegada.

Pero lo que hace a la Milán-San Remo una de las carreras más importantes del año no es la dureza de su recorrido. Es más bien su tradición, la belleza de su recorrido y la extrema competitividad que tiene todos los años. Quizás en los años 90 se volvió una carrera demasiado controlada por los equipos de los velocistas, pero realmente poco importa. Siempre es una carrera bellísima, recorriendo toda la costa italiana, por carreteras serpenteantes que atraviesan pueblos que parecen fortalezas ante el mar. Disfrutas de la manera más inocente, viendo pasar a los ciclistas, cómo los grupos atraviesan esa geografía privilegiada. La longitud (es la carrera profesional más larga) y la velocidad son otros dos factores fundamentales. Solo los más grandes velocistas pueden triunfar. Aquellos que llegan pletóricos tras trescientos kilómetros rodando a una media superior a los 40 kilómetros por hora, siempre rozando las siete horas encima de la bici.

Para esta edición de 2012 había tres corredores en los que fijarse. El gran favorito, Mark Cavendish, que ganó la San Remo en 2009, en su primera participación. Un velocista nato que se ha adaptado poco a poco a situaciones a priori desfavorables para él. Este año incluso ganó una clásica de pavés exigente como la Kuurne-Brussels-Kuurne. Todos se preguntaban si Cavendish, aquel joven llegador que se quedaba en puertos de tercera categoría, estaba empezando a madurar, para convertirse en un ciclista más completo. Sea cual sea la evolución de Cavendish, quedará para otra ocasión el descubrirlo, ya que el corredor de la Isla de Man se desentendió del triunfo en La Manie, quedándose del pelotón. Es un corredor peculiar que funciona también por motivación. Ha ganado tanto que quizás muchas veces no se exija lo suficiente.

Después estaba Vincenzo Nibali, el corredor italiano que todos los tifossi quieren ver ganando esta carrera. Petacchi y Pozzato, los dos últimos italianos en ganar la prueba hace ya demasiado tiempo, también partían con posibilidades, aunque quizás para ambos han pasado ya sus mejores años. En Nibali, los italianos quieren ver a un Chiapucci o incluso a un Gimondi, que gane la San Remo sin esconderse, atacando en el Poggio y aprovechando la dificultad del descenso para presentarse sólo en el Lungomare Italo Calvino. El equipo de Nibali, el Liquigas, contaba también con Peter Sagan, un velocista excepcional en una gran forma. Sin embargo, la idea del equipo era clara. Hacer una carrera dura para complicárselo a los sprinters y después ataque de Nibali en el Poggio. Estaba todo telegrafiado y así fue. Nibali atacó en la parte final del Poggio y el corredor que mejor lo leyó fue Simon Gerrans, que se pasó toda la ascensión pegado a la rueda del italiano, sin dejarle un metro cuando este aceleró. Era un movimiento cantado, pero solo el australiano reaccionó adecuadamente.

El tercer gran protagonista de la San Remo, el suizo Fabian Cancellara, ganador en 2008 y segundo en 2011, no salió rápido a la rueda de Nibali, pero sí aceleró en las últimas rampas de la mítica ascensión para formar un grupo de tres con los otros escapados. Por detrás, los velocistas que más fuerzas tenían debían organizar la persecución: Sagan, Freire, Van Avermaet, Pozzato o el sorprendente Degenkolb, otro corredor que crece a marchas forzadas. Sin embargo, Liquigas, que también contaba con Oss, se debía a su líder Nibali, en una estrategia peligrosa ya que el siciliano era el peor rodador y peor sprinter de los tres de delante. Así que fue el Katusha de Freire, con Paolini y Florencio quien trató de reducir diferencias.

Pero por delante estaba Fabian Cancellara, la locomotora suiza que empezó su habitual exhibición de fuerza. Gerrans soldado a su rueda le dio apenas un corto relevo. Nibali, que bastante tenía con aguantar esa velocidad vertiginosa en un terreno desfavorable, cerraba el grupo. La táctica de Cancellara no existió. Tiró y tiró hacia adelante como si no llevase compañeros. Igual que en el Tour de Flandes del año pasado. Y como en aquella ocasión, se benefició el más inteligente. Simon Gerrans mantuvo la San Remo en manos australianas con una carrera magistral. Tres esfuerzos le bastaron para conseguir la victoria más grande de su carrera y la más grande a la que un corredor de sus características puede aspirar. Primero, pegarse a la rueda de Nibali en el Poggio, sabiendo perfectamente que el italiano lo iba a intentar. Después, no darle un metro a Cancellara en el descenso. Y por último, calcular el momento de lanzar el sprint, sabiendo que era superior a un Nibali inane en las llegadas y a un Cancellara que iba fundido. Fue una victoria justa y realizada desde la estrategia y la lógica, no una exhibición de fuerza bruta, que es a lo que nos acostumbra el ciclismo reciente.

Segundo fue Cancellara, que entró en meta lamentándose, pero realmente su actuación fue una demostración de fuerza sin control. El año pasado fue capaz de ganar al sprint a gente como Gilbert o Pozzato, siendo solo superado por un especialista fuera de su alcance como Goss, así que quizás con una táctica más conservadora e instando a Nibali y a Gerrans a colaborar, hubiera tenido más fuerzas de cara al final. Pero parece que el suizo prefiere perpetuar su imagen de Espartaco, de gladiador que lucha contra los elementos y contra las injusticias, pero como siga por este camino cada vez tendrá más Hushovds y más Gerrans pegados a su rueda.

Nibali se quedó con el tercer puesto. El siciliano mejora cada año sus prestaciones en esta carrera, pero quizás debería darse cuenta de que la victoria en la clásica está lejos de sus posibilidades. Demasiado liviano para llegar en solitario a San Remo y pocas prestaciones como finalizador para ganar a un compañero de fuga. Su equipo debería apostar por Peter Sagan, que es un ciclista con las características perfectas a esta carrera. Fue cuarto al ganar en el sprint del grupo a Degenkolb, Pozzato y Freire, casi nada. Despejó así la mayor duda que podía presentar sus opciones a ganar la carrera: que su juventud y su falta de fondo no le permitieran llegar con fuerzas al final. Degenkolb, quinto, es otro corredor que sale reforzado. El año pasado ganó el gran premio de Frankfurt y dos etapas en la Dauphiné. Tiene 23 años y podría aspirar a ganar esta carrera que su compatriota Erik Zabel consiguió en cuatro ocasiones. El sexto puesto fue para Pozzato, una carrera en la que siempre lo hace bien. Precisamente el año pasado fue en esta carrera donde inició su cuesta abajo que terminó en la peor temporada de su carrera. Ojalá ahora le sirva para salir del bache y veamos al mejor Pozzato. Séptimo fue Freire, que se despidió de su carrera favorita con un nuevo top ten. Salvo en una ocasión (la de la caída el año pasado), siempre ha hecho entre los diez mejores. Claro que lo que corona esa gran estadística son sus tres triunfos.

Con Freire se va un ciclista excepcional. El mejor corredor español tras Miguel Induráin, y sin duda el que más clase ha atesorado. El cántabro asegura que esta será su última temporada, y creo que está bien que así sea. Se va con un palmarés único, con el respeto de todo el pelotón. Quizás la única mancha sea que en este país con tanta afición a los cabestros que suben al monte, no se le ha dado la suficiente trascendencia. Enamorados de los hijos de Eufemiano Fuentes, España se ha olvidado del ciclista que más y mejor ha ganado. Y hablando de otros ciclistas españoles con mayor publicidad, uno se pregunta dónde narices estaban Alejandro Valverde, José Joaquín Rojas, Samuel Sánchez o Luis León Sánchez. Todos ellos con fama de atacantes, de llegadores, de habilidosos e incluso de clasicómanos. Si la leyenda fuese cierta, San Remo sería su territorio ideal. Especialmente vergonzoso lo de Valverde, que este año había derrotado a Gerrans en dos llegadas. Pero las victorias parciales en el Tour Down Under y París-Niza pronto se las llevará el tiempo, la victoria de Gerrans en la Milán-San Remo permanecerá en el tiempo. Es la diferencia entre el ciclismo donde predomina la fuerza bruta y aquel donde lo importante es la estrategia y la inteligencia. Los primeros quieren ganar sin mirar dónde y los segundos tienen el don de la ubicuidad. Valverde se quedó en casa preparando la residual Volta a Catalunya (donde ha hecho el ridículo, por cierto) mientras veía por televisión como el hombre al que enseñó el dorsal en dos ocasiones entraba en la eternidad.

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